La política en Madrid no descansa ni en los puentes. Tanto el paréntesis de San José como las vacaciones de Semana Santa, sin procesiones, amenazan con el recrudecimiento de la bronca abierta por la frustrada moción de censura en Murcia. En cuestión de minutos, todo ... el orden precario en que se mantenía la administración de la comunidad autónoma madrileña se vino abajo como un castillo de naipes, arrastrando en el derrumbe a la política nacional.
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Las cosas ya estaban mal, qué digo mal, muy mal, en el ámbito de la política nacional y bastó la alarma que había estallado en Murcia para que en Madrid cundiese el pánico a no se sabe bien qué: la presidenta de la comunidad, la polémica Isabel Ayuso, temerosa de que también a ella le presentasen una moción de censura, disolvió la Cámara y convocó elecciones para el cuatro de mayo, martes laborable para mayor sorpresa.
Desde ese momento todo se puso patas arriba, empezando por una crisis en Ciudadanos con deserciones que los dejaron sin grupo en el Senado y con un grupo tocado en el Congreso, con la correspondiente reducción de influencia e ingresos para las precarias finanzas del partido, apodado de las desgracias. Desde las veleidades ideológicas de Rivera, su fundador, no ha parado de sufrir problemas.
Mientras tanto, Pablo Iglesias, que siempre está a la que salta, consciente de que su posición en la coalición de Gobierno hacía aguas por todas partes, dimitió sorpresivamente como segundo vicepresidente del Gabinete, con la disculpa de concurrir al frente de una candidatura de izquierdas capaz de hacer frente a las derechas encabezadas por la señora Ayuso.
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La dimisión de Iglesias, el miembro más controvertido para propios y extraños del Gabinete, fue bien recibida en todos los ambientes, incluido su partido. Nadie duda de que sin Iglesias, la actual conflictividad en el seno de la coalición disminuirá. En este año y medio su presencia en el Gobierno se convirtió en una pesadilla, empeñado en actuar por libre, promoviendo situaciones comprometidas incluso para la imagen y estabilidad del Estado.
Ahora no cabe duda de que seguirá promoviendo escándalos y preocupaciones -de momento, se niega a abandonar la vicepresidencia hasta que empiece la campaña- y ya ha reaccionado contra la ley de Vivienda, a la que se opone frontalmente porque contempla reducir impuestos a los propietarios de los inmuebles. Sus rabietas no se han hecho esperar.
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Aunque sabía bien que en las elecciones madrileñas no podría contar como socio o aliado con el PSOE ni con su cabeza de lista, Ángel Gabilondo, Iglesias confiaba en aglutinar en torno a su figura a la extrema izquierda dispersa, empezando por Mas Madrid, el partido de su examigo Iñigo Errejón, escindido de Podemos por discrepancias internas. Pero desde el propio partido han frenado en seco sus pretensiones de recuperar la unidad: no habrá ninguna posibilidad de concurrir juntos.
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