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Hay razones suficientes para pensar que en todo Gobierno de coalición del que formen parte personas de ideología comunista, desde el primer día en que tomen posesión de sus cargos desarrollarán una labor tendente, como parece lógico, a crear una sociedad nueva y a cambiar ... la forma de pensar, sentir y obrar de sus componentes, habida cuenta de la fe ciega e inquebrantable que tienen en sus principios. Y ello, aunque para lograrlo hayan de esperar muchos años, pero siempre obedeciendo a las terminantes palabras de Lenin: «¡Apodérate del poder y consérvalo!».
Una vez situados los comunistas en lo más alto del cocotero político, procederán, al principio de manera prudente y silenciosa, a poner en práctica su ideología, pasando al poco tiempo a hacerlo de una forma menos nebulosa.
Indicios de que esta manera de actuar se ajusta a lo que deben ejecutar pueden irse viendo en nuestro país en supuestos muy concretos y diversos, que se adaptan perfectamente a los criterios contenidos en el Manifiesto Comunista de 1848, como se puede advertir en algunos de los casos siguientes:
Nunca el comunismo hizo buenas migas con la libertad de conciencia, cuyo fundamento es la libertad de pensar. Marx dio un 'no' rotundo a la libertad de conciencia, justificándolo en que su admisión pudiera favorecer «la libertad religiosa, que es el opio del pueblo». Una muestra significativa en este orden de cosas se produjo cuando a propósito del aborto surgieron las voces de muchos médicos que se negaron a practicarlo, dando lugar a que a los pocos días surgieran susurros sobre la conveniencia de disponer de un registro público en que figurasen los nombres y apellidos de los facultativos que se oponían a tal práctica, para tratar de conseguir de esta forma, que constituye una intervención en su vida privada, un posible arrepentimiento. Lo que afortunadamente es más que probable que no suceda si se llevase a cabo tal idea.
En cuanto al derecho de propiedad, admitido con claridad en el artículo 33 de nuestra Constitución, no faltaron quienes vieron con malos ojos aquel precepto, tratando de ponerle piedrecitas en el camino, basándose en las palabras no menos claras del Manifiesto: «Los comunistas pueden reunir sus teorías en esta sola expresión: ¡abolición de la propiedad privada!», algo que no se echó en saco roto al manifestarse discretamente en algunas situaciones que debieron someterse a los tribunales de justicia. Hace poco tiempo que llegó a nuestros oídos, en forma de simples rumores, la intención del Gobierno de establecer un impuesto sobre las grandes fortunas, que nos hizo recordar aquella publicación de Lenin del año 1918, en que se tranquilizaba a los poderosos de la Rusia soviética diciéndoles que, aunque la primera intención había sido proceder a la expropiación de los bienes de los 'ricos', posteriormente se prefirió crear un impuesto adecuado para ellos, pese a existir una minoría que hubiese preferido la primera forma de actuar. Por el momento, solo algunos sueñan con abrir la puerta a las nacionalizaciones masivas, a la manera soviética «centralizando todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, en el proletariado organizado como clase dominante», por decirlo con palabras de Marx. La verdad, por fortuna, es que hasta hoy solo ha habido casos de seminacionalizaciones razonables, e incluso necesarias en determinadas circunstancias.
A partir de aquel día triste en que una de la mas altas autoridades del Gobierno inquietó a las familias españolas al afirmar que «los hijos no pertenecen a los padres», se fue abriendo un pequeño resquicio para penetrar en las relaciones más íntimas familiares, para tratar de seguir lo que fue una realidad en la Unión Soviética haciendo al maestro un representante del Estado, con autoridad absoluta, de tal manera que los alumnos estuvieran obligados a aprender unas materias previamente establecidas, que deberían creer a pies juntillas, procediendo además a hacer desaparecer de las bibliotecas escolares las obras de Platón, admirable educador del pensamiento libre, y desterrando de los programas de enseñanza el latín, el griego, el inglés y la filosofía, para eliminar así todo tipo de autonomía del pensamiento individual.
En materia de moral, lo que más desearían algunos, es hacer que fuera una realidad la declaración de Marx: «Hay verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc, pero el comunismo practica la abolición de tales verdades eternas, sin darles tan siquiera una forma nueva, haciendo así desaparecer todos los desarrollos históricos a que se ha llegado hasta ahora».
Las tradiciones nunca atrajeron al comunismo: «La revolución comunista es la ruptura radical con las tradiciones...», y por supuesto especialmente si se trata de tradiciones religiosas. Muestras de este aspecto podrán advertirse fácilmente en España.
El concepto de patria no fue recibido con mucho agrado en nuestra Constitución. Cuando se trabajaba en la redacción del art. 2 de la Carta Magna, se planteó la cuestión en torno a si 'patria' debería escribirse con minúscula o con mayúscula. Al fin, utilizando el consenso, se decidió mantener aquella palabra en la Constitución, pero con minúscula, solo la palabra Nación en mayúscula, desconsolando así a los patriotas, que todavía son muchos. Algunos de los padres de la Constitución debieron recordar las palabras de Marx: «Los obreros no tienen patria. Por eso, no se puede quitar a nadie, lo que no tiene».
Y, ¿qué decir de la Justicia? ¿Las tentaciones continuas de dejar a un lado la necesidad de la división de poderes son frecuentes, no olvidando las palabras del que fue fiscal general en la Unión Soviética, Vichinski: «El juez no debe usar la lógica jurídica, debiendo hacer abstracción de la ley para usar siempre lo que señalan las direcciones del partido», pues «la ley, no es ni la Constitución, ni la norma escrita, es exclusivamente el interés del partido, de manera que si se plantease un conflicto entre tal interés y la ley, será esta la que deberá ceder».
Ante la atracción que ejerce para algunos, el Manifiesto Comunista, bueno será recordar a los partidos liberales y conservadores y, sin duda, también al partido socialista, si está anclado ya en el siglo XXI, que hagan lo posible para no llevarse la sorpresa de que un día se encuentren con que el acervo legislativo español se transforme en una especie de compendio de lo que con tanto ardor escribieron en 1848 Marx y Engels, evitando así, a la vez, que tiemblen las columnas ideológicas de la Unión Europea, cuyos fundadores estaban bien alejados de todo proyecto marxista y leninista.
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