Quizás por un torcido afán de notoriedad o porque su estrategia no da para más, la política española chapotea sin tregua en el muladar de los insultos. No son los improperios una novedad en sede parlamentaria, pero en los últimos tiempos sus señorías parecen empeñados ... en superar cualquier listón precedente. En los últimos días, la infamia ha borrado incluso el debate. Hasta el punto de que casi todo el mundo recuerda la incalificable descalificación de Vox a la ministra de Igualdad o la acusación de Irene Montero al PP de promover la cultura de la violación. Poco o nada de los argumentos o propuestas de ambas sesiones deben haber quedado en la memoria de los ciudadanos, tapadas las razones por los improperios.
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Ante este lodazal, no ha faltado en el arco parlamentario quien proponga una revisión del código de conducta de nuestros parlamentarios, aunque la propuesta tiene escasas posibilidades de prosperar. Poco parece que nuestros políticos sean capaces de refrenarse a las puertas de un año electoral. Menos aún que estén dispuestos a sancionarse a sí mismos. Queda la esperanza de que la sensatez vuelva a ser valorada, aunque solo sea por contraste. No es que falten en el Congreso parlamentarios capaces de hilar un discurso sin despotricar, pero la capacidad de dar la nota, alentada por los palmeros y los liderazgos ansiosos, cotiza al alza últimamente en los partidos. Entre otras cosas, porque a la altura donde se ha situado la política, a los partidos les cuesta menos convencer a los maleducados que a los inteligentes.
Asturias no ha sido ajena a este fenómeno, aunque comparada con el circo nacional, la política autonómica aún puede presumir de cierta mesura. Ahora que los partidos andan ocupados en renovar su cartelería electoral, no es mal momento para la reflexión sobre las virtudes de quienes serán sus candidatos en mayo y las propuestas de sus programas electorales. En una legislatura que ha consumido a la mayoría de quienes encabezaron las listas regionales, la capacidad para la estridencia no se ha echado en falta en la crónica política. Tal vez sí otras cualidades.
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