El pleito del chivo

Para los romanos, el «homo sacer» era un individuo ofrecido a la divinidad, aparentemente intocable y sagrado, pero al que según la ley tribunicia, cualquiera podía asesinar sin consecuencias legales. En Terceira, la isla del Archipiélago de las Azores, existe una costumbre similar: allí son los sacerdotes quienes escogen a un pobre de solemnidad como Emperador el día de Pentecostés. Su poder terminaba cuando acababa la fiesta, pero recibía atributos como el cetro y la corona, además de una bandeja de plata con la que repartía las ofrendas con los demás pordioseros. El Rey Momo del carnaval brasileño es otro de esos monarcas para pobres, que colaboran a alimentar la ilusión de que lo de abajo puede estar arriba, aunque solo sea mientras dure la farra. En las Cruzadas se acuñaría otro término la mar de inclusivo y multicultural, la 'cabeza de turco' era un trofeo muy valioso para los caballeros cristianos, antepasados de los que hoy se hacen cruces con la yihad islámica.

Este que escribe, harto en su niñez de los matones de patio, tiene un especial repelús a las jaurías que escogen un objetivo con el que saciar su odio, protegidos por una multitud anónima y cobarde. España sigue encallada en ese barrizal goyesco en el que parece que solo se pueden solucionar las disputas a palos, pedradas o acosando con 'jarabe democrático' o asedio sistemático a quienes nos recuerdan lo peor que hay en nosotros mismos. En cada persona habita un tirano y la egolatría de un líder puede sepultar sus mejores intenciones. No se puede invocar el espíritu de los luchadores antifranquistas y ganar votos ofreciendo firmeza, para acabar escapando con el rabo entre las piernas, dejando al rebaño sin pastor en el peor momento, después de librarse de quienes le podían hacer sombra en el partido y haber llamado fascista a todo aquel que no le votara. Eso sí, de hablar de la Agenda 2030 o del Nuevo Orden Mundial Globalista nada de nada, que eso es de conspiranoicos derechistas. Los electores han hecho mortero de Monedero. Esperemos que pronto Errejón se haga mayor y la izquierda no perezca embriagada por su propio onanismo. Vistalegre está triste.