![Plazas y obras](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202212/11/media/marc.jpg)
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La plaza de toros de Gijón, mustia de actividad, reverdece por el efecto de la maleza que prospera en sus tendidos. Su imagen empieza a competir con la del coso ovetense, clausurado hace más de una década y también a la espera de una salvífica ... rehabilitación. Señala la alcaldesa que la creciente maleza es «una cuestión puntual». Más bien supone una consecuencia y un anticipo de lo único que puede ocurrir con un inmueble centenario que ha permanecido cerrado a cal y canto durante año y medio. Hasta ese momento había cumplido sus funciones no solo como terreno para la tauromaquia. En los coletazos de la pandemia, su albero al aire libre permitió realizar también algunas actividades que aliviaron las penurias del confinamiento.
Fue pocos meses después de anunciar la suspensión de la Feria de Begoña cuando el Ayuntamiento desveló un informe que señalaba unos problemas estructurales que justificaron su cierre a cualquier tipo de evento. Se encargó entonces un análisis detallado, que solo puede concluir que la cosa ha ido a peor desde entonces, y se anunció un plan de reforma para cubrir la plaza con el objetivo de convertirla en un espacio cultural multifunción. El tiempo ha pasado y la cuestión supera ya el debate taurino. Lo urgente es ahora recuperar un Bien de Interés Cultural que languidece y que tiene ante sí una extensa tramitación y la necesidad de encontrar fondos para las obras, dado que el Ayuntamiento ha decidido confiar su recuperación a las ayudas de la Unión Europea. En el caso de Oviedo, en el plazo de esas tareas los impertinentes hierbajos tuvieron tiempo de convertirse incluso en un incipiente bosque urbano.
El hecho es que ahora las dos plazas de toros asturianas se encuentran en la misma situación: un deterioro creciente, unas obras prometidas y un futuro difuso. Para cualquier ciudad, el declive de un edificio histórico debe suponer cuando menos un motivo de rubor. Ni siquiera los más fervientes detractores de la tauromaquia pueden alegrarse de que una valiosa parte de su patrimonio se hunda por la falta de conservación. Llegados a este punto, la recuperación de las plazas de toros debería afrontarse no solo como una urgencia, sino como un desafío para unas administraciones tendentes a enredarse en sus propias tramitaciones. De cualquier manera, las obras quedarán, en el mejor de los casos, para el próximo mandato. Tiempo suficiente para que nuestros políticos no solo asuman la importancia de recuperar las plazas, sino incluso para definir cuál debe ser su futuro. De concentrar los esfuerzos en el palustre para luego no saber qué hacer con el edificio también tenemos ejemplos por estos lares.
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