El ministro Ernest Urtasun, con esa voz de oráculo que brota de simas recónditas, ha anunciado que los mayores de 65 años podrán ir al cine los martes por dos euritos. Es una medida necesaria. De esta manera, el próximo día que quedemos Amancio Ortega ... y yo para ver una peli, él pagará dos euros y yo siete u ocho, lo que haré encantado en nombre de la solidaridad intergeneracional. Espero al menos que Amancio me deje elegir sala. No confío, sin embargo, en que pague la fanta y las palomitas. Cuando uno sale de la nada y llega a rico es porque tiene bien prietos los puños. Esto en los pueblos se sabe. Mis padres tenían tratos con un viejo, el señor Cosme, que acumulaba cantidades fabulosas de dinero en el banco, pero que vivía casi a oscuras y sin calefacción por la angustia que le producía ver correr el contador de la luz.

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A Urtasun debemos reconocerle no solo su empeño por mejorar el recreo de los jubilados, sino una comprensión muy profunda de lo que significa ser pobre. El otro día planteó la rebaja del IVA a la compra de arte contemporáneo. Bravo. Sabe don Ernest que los pobres podemos pasarnos sin filetes de pollo en la nevera, pero nos resulta intolerable y vejatorio no tener un Mondrian colgado en el salón. Battiato se equivocaba cuando decía que prefería las uvas pasas a Vivaldi. Donde esté el alimento espiritual que se quite el intestinal, tan aceitoso.

Volviendo a la feliz iniciativa del cine, solo me da rabia pensar que, con esos doce millones de euros que nos va a costar el regalo, podríamos contratar a Broncano en TVE y hasta renovar el 'Grand Prix' otra temporada, lo que reforzaría su condición de servicio público hasta alcanzar por fin el nivel de la BBC.

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