Contra Beckenbauer
A la última ·
Hasta que Beckenbauer llegó y desplegó sobre el campo sus maneras episcopales, uno, por malo que fuera, podía fantasear con convertirse en defensa profesionalA la última ·
Hasta que Beckenbauer llegó y desplegó sobre el campo sus maneras episcopales, uno, por malo que fuera, podía fantasear con convertirse en defensa profesionalAunque queda feo meterse con alguien que acaba de morir, considero necesario, entre tanto obituario elegíaco, que al menos se eleve una voz que revele el lado oscuro de Franz Beckenbauer, un hombre cruel, que enterró el sueño de miles de niños que aspiraban a ... ser futbolistas.
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Hasta que Beckenbauer llegó y desplegó sobre el campo sus maneras episcopales, uno, por malo que fuera, podía fantasear con convertirse en defensa profesional. En las zagas de aquellos equipos (años setenta, años ochenta) abundaban los tipos patibularios y melenudos, que parecían sacados de una película de Eloy de la Iglesia, y cuyas habilidades estaban más relacionadas con las tibias ajenas que con el balón, que se limitaban a despejar sin miramientos. Eran jugadores peligrosos, totémicos, mal afeitados y generalmente feos, a los que solo por aproximación cabía llamar futbolistas y que dominaban sus áreas con una desfachatez de dictadores sudamericanos. Alguno acabó su carrera deportiva sin atravesar jamás la línea del medio campo.
Pero eran, al menos, una posibilidad. Un chaval entusiasta y descoordinado sabía que toda defensa iba a necesitar cuatro o cinco soldados abnegados y ardientes, entrenados en el atosigamiento. ¡Había equipos enteros en Segunda B construidos sobre esos cimientos! Sin embargo, llegó Beckenbauer, ocupó majestuosamente el área y empezó a difundir un mensaje devastador: para jugar al fútbol era imprescindible jugar bien al fútbol. Desde entonces, a los niños poco dotados solo nos queda el refugio del periodismo o de la política, únicos deportes en los que se siguen apreciando las entradas a la altura de la rodilla con los tacos por delante.
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