Según datos demográficos, nuestra verde Asturias contaba en junio de 2021 con una población de 1.008.897 personas. Y se pronostica un crecimiento constante en el porcentaje de la tercera edad que rebasaría los 300.000 habitantes a partir de 2029. Con estos mimbres ... y yendo más allá de los datos estadísticos, tenemos que prestar atención a esas personas mayores que las nuevas tecnologías están arrinconando y les hacen sentir, sin que lo sean, personas obsoletas.
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Señalo lo anterior porque llamó mi atención hace unos días la respuesta que ha obtenido el ciudadano valenciano, Carlos San Juan, de 78 años, que en unas semanas ha logrado más de 600.000 firmas a través de una demanda en Change.org. para que las entidades bancarias tengan una atención personal con las personas mayores que no manejan la banca 'on line' y tienen dificultades a la hora de operar con los cajeros automáticos. Va siendo hora de que los ciudadanos dejemos de estar con la boca cerrada y nos pronunciemos ante este atropello no solo de los bancos, sino de la dictadura digital en marcha. La hipertrofia de las máquinas en este siglo XXI avanza con tanta rapidez que no solo las personas mayores, sino todos nos estamos sintiendo obsoletos ante los productos que han creado, porque nos exigen cosas tan disparatadas que nos llevan a una patología colectiva. El mundo avanza a un ritmo vertiginoso que no somos capaces de seguir y aprehenderlo supera con creces nuestra capacidad de adaptación, de comprensión, nuestra experiencia y nuestras emociones. El mundo está tan vertebrado por la tecnología digital que cualquiera que se arrogue la libertad de alegar algún argumento sobre los degradantes efectos que producen en las personas mayores el desconocimiento de estas tecnologías, se gana automáticamente la reputación de apocalíptico. Por eso creo que la actuación de Carlos San Juan muestra un gran coraje. Son muchas las personas mayores que están siendo engullidas por el mundo que nos rodea, contra el que no podemos hacer una huelga, pero sí podemos pronunciarnos contra lo que la tecnología está haciendo con nosotros, antes de lo que podemos hacer nosotros con ella.
El hecho de que sean ellos quienes se movilizan contra la barbarie instituida y no los jóvenes, nos muestra que vivimos en una sociedad decadente. Los mayores con quienes nos cruzamos todos los días en la calle, en el supermercado, en los cafés, requieren nuestra atención y todo nuestro apoyo. Rostros en los que ha esculpido el tiempo su paso y que son los que con más inmediatez despliegan una gran elocuencia. Los rostros de las personas mayores son bellos por el contenido de elementos que contienen: proporciones, gestos, muecas, arrugas, ojos de mirada triste, risas, dientes… Contienen lo más evidente: nuestro destino; porque todos, si llegamos allá, seremos mayores y nos enfrentaremos a los problemas que ellos tienen hoy. No debemos ensombrecer más la vida de los mayores porque a sus achaques físicos se suma ahora despertar a un mundo que se les escapa y que les ocasiona un terrible descalabro existencial. No se les debe tratar como a niños grandes ni, como dice Carlos San Juan, con el paternalismo que rezuma lo que le decían en la oficina bancaria: «Venga con un familiar y todo será más rápido». «Tiene que ir aprendiendo informática; le viene bien». «Que se lo hagan sus hijos». «Yo», señala Carlos San Juan, «soy mayor, pero no idiota».
En definitiva, que reclamen unas atenciones a las que tienen todo el derecho, no justifica que se les maltrate. Tal vez la vejez nos vaya imprimiendo más arrugas en el espíritu que en la cara. Todos debemos tener especial sensibilidad con la tercera edad (no hay una cuarta), porque aunque haya decrecido su agilidad mental y su memoria, siguen teniendo juicios muy atinados, capacidad de observación y experiencia acumulada, que les permite comparar lo que hemos ganado y lo que estamos perdiendo. Ellos han sido el motor de las libertades porque lucharon por ellas. Apartarlos del mundo es desmemoria y amnesia. Que como decía Kafka, «quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece».
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