Son tantos los momentos vividos y tan pocas las palabras que ahora tengo para describirlos, que no sé cómo saldrá, pero dicen que las cosas hechas con el corazón, suelen estar bien hechas. Tengo la paz de que me pude despedir de ti. Como si ... algo me hubiera empujado aquella tarde a sentarme allí a tu lado. Simplemente a observar e intercambiar tímidas palabras. Un impulso me hizo acercarme a ti y cogerte la mano, te la apreté, abriste los ojos y nos miramos. No hicieron falta ni las palabras. Sabías todo lo que te quería y yo también lo sabía.

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Se me acumulan los recuerdos, tus palabras, tus consejos, tus bromas. Crecí muy unido a ti y por consiguiente a la parroquia, porque no eras un cura sólo de interior, sino también una persona abierta al barrio y que te hacías querer. Todos los viernes teníamos la cita para los avisos parroquiales, porque eso del ordenador era muy moderno, primero tú me los dictabas y yo los tecleaba. Otras veces eran homilías, cartas para revistas, chollos varios que te tocaban y no sabías (o más bien no querías, porque siempre estabas dispuesto a aportar tu granito de arena) decir que no... Con el tiempo, me diste una confianza que nunca podré llegar a agradecerte lo suficiente. ¡Cuántas veces tuve que acudir a ti en busca de un consejo, de unas palabras o simplemente, de que me escucharas! Incluso en mis momentos de flaqueza, de debilidad y donde las ganas de dejar muchas cosas estaban latentes, me animabas y me hacías recapacitar viendo el lado bueno de las cosas. Nadie como tú para darle la vuelta a las cosas y no ver sólo la parte negativa de la vida, sino también las cosas buenas. Y nunca fallabas, al igual que tampoco fallabas a todas esas personas que te buscaban. Si sonaba el himno del Sporting, era que alguien te requería al teléfono, el timbre no paraba y tú siempre con una buena palabra.

Siempre dispuesto, algunas veces más de la cuenta, para ayudar a quien buscaba en ti la solución a alguno de sus problemas. Nunca lo esquivabas. Hiciste florecer una comunidad parroquial ejemplar y trabajadora, abriendo puertas y construyendo puentes con los niños y jóvenes, con los mayores y enfermos, con las personas necesitadas del barrio, con los que buscaban ampliar su formación... Y así, con sencillez, humildad y trabajo creció la parroquia de San Nicolás. Es obligación, para los que quedamos, el mantener toda esta labor. Quizás tengamos que hacer examen de conciencia para corregir los errores que cometemos, pero tu trabajo durante todos estos años, no puede caer en saco roto.

Tendría para contar muchos y muchos más momentos que he vivido y hemos vivido junto a tí: tu Burundi querido, todas las celebraciones, los campamentos de verano, las charlas en los consejos pastorales, la multitud de peregrinaciones y viajes de verano, el Sporting... Ahí cada persona, sabrá colocar su historia a tu lado. Pero estoy seguro, que todos coincidimos en lo mismo, en darte las gracias por todos estos años y por ser parte importante de nuestras vidas. No es un adiós, es un hasta luego. Tú te vas a descansar, que merecido lo tienes y nosotros seguiremos empujando, te lo juro por Quini.

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