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Algo ha cambiado cuando ahora contemplamos a Charlot en 'El gran dictador'. Porque se tenía la casi absoluta seguridad de que la parodia era una mirada hacia atrás, a un tiempo pasado y vencido en sus máximos horrores. Pero con lo que está pasando en ... latitudes distantes, se establece una incertidumbre que dirige la mirada tanto al presente como al futuro. Nada se repite igual, los fascismos de los años 30 no serán las imágenes que veremos reflejadas en los espejos de las múltiples realidades que vivimos, pero el monstruo ésta ahí.
Es fácil hacer una parodia del recién elegido presidente argentino, lo difícil es entender por qué más de 14 millones de personas lo han votado. Si la excentricidad del personaje produce repulsión, sus propuestas políticas producen escalofríos.
La sociedad del espectáculo que definió Guy Debord se ha hecho plena en la política dominante, hasta llevarnos a la prepolítica, un espacio heredado del antiguo régimen, aunque disfrazado, y que nos lleva a los Milei. Sin posibilidad de revolución o transformación social, naufragadas las utopías que nacieron con la Ilustración, queda la reacción, es decir, ir hacia atrás, pero con un traje moderno, lo que el filósofo Byung Chul-Han define como 'tardomodernismo'.
En un curioso cartel en el que se protestaba contra la amnistía se decía: 'La nación está por encima del estado'. Es decir, de la modernidad nacida de la revolución francesa, de los derechos del hombre como emblemas, retrocedemos al viejo régimen, a la nación mítica, a la melancolía del imperio español o a la de la primera potencia mundial que Argentina habría sido. Y resulta curioso cómo historias y realidades muy diferentes se aproximan y crean ensoñaciones y enemigos, traidores... Y todo enarbolando un bonito termino: libertad.
Habría que analizar en profundidad cuándo la izquierda, los sectores progresistas, e incluso la derecha democrática perdieron la bandera de la libertad, que ha ido convirtiéndose en otra cosa. La libertad es la libertad de consumo para el modelo neoliberal y Milei llega a definirse como libertario, lo que en realidad es un liberticidio: la capacidad de los poderosos para imponer sus normas. En la dialéctica amo-esclavo la libertad no sería liberar al esclavo, sino que el amo tenga la libertad para hacer esclavos y la libertad de los esclavos para aceptarlo. Porque las palabras son engañosas, es falso el ultraliberalismo que llama a librarse del estado. Milei habla de quitar la sanidad y la educación públicas, pero ¿alguien le ha escuchado que vaya a quitar el ejército? Lo mismo con los aparatos policiales u otras burocracias del monopolio de la violencia, que en el caso argentino no son pocas. Ahí sí parece que la nación necesita al estado, que la ensoñación nacional necesita de la fuerza para sostenerse. Los tan defensores de la libertad del mercado y la producción necesitan que les defiendan, eso que literalmente proclamó el argentino y que hemos escuchado hasta la saciedad: el imperio de la ley. Es decir, estado social no o mínimo, estado gendarme sí y posiblemente con los menos limites posibles y los derechos humanos más reducidos.
La cuestión del estado es poliédrica y compleja, pero sí hay una cuestión básica es el estado como garante de derechos básicos en sanidad, educación, derechos sociales y humanos, logros conseguidos tras muchas décadas de luchas, en muchos casos con derramamiento de sangre. Y no es extraño que Milei olvide y hasta ponga en duda un pasado reciente, él, que habla de pasados gloriosos. Durante muchos años la Argentina de las juntas militares y el Chile de Pinochet representaron a un continente asolado por las dictaduras, los asesinatos y las desapariciones. Y fue la sociedad civil, a trancas y barrancas, quien ha ido estableciendo unos mínimos principios de justicia, que ahora Milei quiere olvidar y hasta poner en cuestión. Fue Ernesto Sábato el que en su tiempo señaló el resurgimiento del fascismo: «No es una hipótesis aventurada: el fascismo ha nacido en la crisis general de un sistema». Y resaltaba el apoyo y la complicidad de las élites económicas y también que, sin ser determinante, los fascismos asumían las partes más oscuras de las características nacionales.
Por desgracia, Milei ni se encuentra solo ni es algo aislado, sino todo un proceso que tiene varios padres, pero uno fundamental y común: el modelo de gestión liberal que hoy nos rige. Los fascismos y autoritarismos, se ponga el nombre que se quiera, pueden ir más allá de lo establecido, pero no son ni casuales, ni un producto del azar, incluido el apoyo popular que hoy tienen. Como han definido los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari: «No, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario».
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