Hay autores que partiendo de lo concreto consiguen hablar de lo universal. Qué ahondando en las características e idiosincrasia de un territorio determinado, consiguen que su voz tenga una cosmovisión. Ismaíl Kadaré es un ejemplo de cómo partiendo de una lengua minoritaria, alejada de los ... grandes centros del poder y estando toda su obra relacionada con temas albaneses, ha sido un fino analista de las estructuras del poder, de cómo estas penetran en el individuo, de cómo encajan en las costumbres e incluso se convierten en una parte de ellas, de su idiosincrasia, de cómo se terminan haciendo normalidad.

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De formación y espíritu helenista, utilizó en su obra las formas de la tragedia clásica, sin abandonar la tradición de la oralidad albanesa, y también estuvo unos años en las escuelas de formación literaria de la Unión Soviética, en un periodo convulso: el inicio de la ruptura chino-soviética, en el que su país se situaría al lado de los chinos. Y también conocería todo el proceso que llevaría a Boris Pasternak a renunciar al premio Nobel. Un premio para el que él mismo sería candidato varios años, sin llegar a conseguirlo.

La historia de su país y el devenir histórico que le tocó vivir, aparte de las propias características de un territorio pequeño y dividido, a menudo invadido y cuestionado, pero con una fuerte identidad, ha marcado en buena parte su obra. Participante en el peculiar socialismo disidente albanés, fue presidente de la Liga de Escritores, diputado en la Asamblea Popular y vicepresidente del Frente Democrático, para, finalmente, disentir del régimen en sus últimos años.

En su obra ha abordado temáticas de la mitología albanesa, como la Besa (la palabra dada), la venganza (Kanún), o la importancia del matrimonio en la sociedad albanesa, en novelas como 'El viaje de Duruntina'. La épica de la lucha contra el imperio Otomano, al mismo tiempo que la colaboración con este y la asunción de buena parte de sus costumbres e identidades, partiendo de la religiosa, en novelas como 'Los tambores de la lluvia'. Y de la historia más reciente narró en 'El gran invierno', su obra más extensa, la ruptura ruso-albanesa. Una novela coral partiendo de un protagonista particular, un traductor introducido casualmente en los mecanismos interiores de los estados, sus tejemanejes y sus secretos. Años más tarde, con parecidos protagonistas, escribiría 'El concierto', sobre la ruptura chino-albanesa. En 'El general del ejército muerto', novela que llegó a las pantallas cinematográficas, se narra la historia de un militar italiano que recorre el territorio albanés buscando los cuerpos de los soldados de la Italia fascista que invadieron el país pretendiendo convertirlo en una provincia italiana más. También sobre la guerra, en su mirada más infantil y adolescente, 'Crónica de la ciudad en piedra', en la cual cuenta la situación de su ciudad de origen, Gjirokastër, la misma que la del dirigente albanés Enver Hoxha.

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Entre sus últimas obras habría que citar la novela autobiográfica 'La muñeca', en la que cuenta la historia de su propia madre y las contradicciones familiares, así como ahonda en el complejo tema de la maternidad, la mamá, tanto en lo universal como en lo peculiar albanés.

Pero si hay una novela en la que aparece el mayor de sus temas, donde la visión críptica del poder se muestra de forma magistral, es 'El palacio de los sueños'. Una burocracia medieval crea un organismo tan fantasmagórico como poderoso, destinado a investigar y conocer el sueño de los súbditos como una forma de controlar a la población y cuyos responsables se van devorando a sí mismos, igual que las maquinas kafkianas. Porque emparenta claramente con Kafka, el Kafka de 'El castillo', en que el poder invisible se convierte en uno de los más tiránicos y maquiavélicos. Una novela que debe figurar, si no lo hace ya, entre los grandes clásicos, pues como ocurre con estos, son atemporales y lo que plantea es una metáfora de nuestro hoy más actual, donde las nuevas tecnologías pueden ser un arma para un control de la población tan totalitario como invisible y sibilino.

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Aunque sólo fuese con esta novela, Ismaíl Kadaré, ya se habría ganado la inmortalidad literaria.

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