¿Qué hago yo aquí?, se pregunta la mujer octogenaria desde su mente aún lucida, desde la dificultad de sus visiones, sobre todo el oído, desde un cuerpo débil, pero con el cual aún permanece erguida y autónoma, habitante de una de esas instituciones nacidas ... con el alargamiento del nivel medio de vida, así como otros cambios en las estructuras sociales y familiares.

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Es la pregunta existencial por excelencia, la que se fabrica en la noche y despierta con la luz del día convertida en queja, protesta, pulsión de cambio o simplemente la reivindicación de sacar bandera propia y agitarla sin mástil, es decir y decirse: yo estoy aquí o un más bien inconformista, yo sigo aquí. Y el aquí es un presente institucionalizado, porque como bien señaló Foucault, son las instituciones diversas, de la cárcel al hospital, las que establecidas como micropoderes ejercen de receptáculos, más o menos habitables, para la normatividad y la consecución de la arquitectura social dominante.

¿Qué hago yo aquí? es una pregunta particular, de cada uno, personal e intransferible, a la vez que poliédrica, colectiva y social. Es la pregunta-territorio de quienes buscan su lugar en el mundo, que va mas allá del lugar donde se nace o se habita. Algo muy relacionado con quienes deben marchar a otro sitio, otro lugar que no es el suyo y que no escogen, que de alguna manera les viene impuesto.

¿Qué hago yo aquí? es el interrogante de quienes deben ceder parte de las horas de su vida a una ocupación laboral que en muchos casos es meramente alimenticia, en esa filosofía a pie de calle que sitúa el trabajar para vivir o vivir para trabajar.

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¿Qué hago yo aquí? es lo que se plantea la mayoría que entra en las instituciones cerradas, unos pensamientos que pueden girar en torno a la responsabilidad propia, las condiciones de uno u otro tipo que les han conducido allí y el cómo se puede uno liberar lo más pronto posible de aquellos muros.

¿Qué hago yo aquí?, se rebelan los protagonistas del relato 'La autopista del sur', de Julio Cortázar, atrapados en uno esos no lugares como es el del tráfico urbano y que es tan fácil encontrar en la ciudad, en sus múltiples burocracias, en esos espacios condicionados en que se habita con algún otro, donde se viaja entre el solipsismo y la otredad.

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¿Qué hago yo aquí?, o más bien que se hace al lado de una u otra persona, de uno u otro grupo, que puede ir de lo intimo a las diversas identidades que puede tener cualquier ciudadano que viva en la ciudad, y en la polis pertenecer o ser de algo, aunque sea de un club deportivo, es casi una necesidad para formar parte de una comunidad determinada.

Quien no se ha planteado un ¿qué hago yo aquí? alguna vez en su vida, atrapado en cualquiera de los cruces de caminos que nos vamos encontrando con ese dictador que es el paso del tiempo.

Y es precisamente ese paso del tiempo, el lento caer de los días que sin embargo hace que los meses y hasta los años se consuman con rapidez, por lo cual la mujer mayor, que reconoce su rostro y no un número cuando se mira al espejo y a pesar de saber que la muerte está trabajando con el cadáver que algún día seremos, se pregunta ¿qué hago yo aquí?, atrapada en una de esas instituciones con rostro amable y humanitario y en que ella se cree atrapada, que no duda en llamar cárcel, por más que sea una cárcel dorada. Y que a veces son las que más atrapan. Por eso pasa mucho tiempo mirando las puertas que se abren y se cierran para ella, por más que sea consciente, de que es la necesidad ante su debilidad la que la retiene allí dentro.

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