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Los fascismos, como moda

Berlusconi, primero, y ahora Giorgia Meloni, son la prueba de la capacidad camaleónica de los fascismos, de su adecuación a los nuevos tiempos y de que nunca han abandonado el lugar donde se toman las decisiones: las cada vez más reducidas élites económicas

Martes, 2 de julio 2024, 02:00

Hoy en día resulta más fácil ser fascista que antifascista. Y cuando hablo de fascismo no me refiero al corpus ideológico marcado en ensayos como el libro 'La doctrina del fascismo' u otros por el estilo, pretendidamente antiburgueses. El antisistema de los fascismos siempre ha ... sido una retórica hueca con la que atraer determinadas rebeldías sin causa, algunos inconformismos y, sobre todo, abrirse hueco entre sectores populares. porque saben de sobra que para llenar de votos las urnas necesitan de lo cuantitativo, porque su cualitativo es escaso: siempre habrá más pobres que ricos, si estos últimos se limitan a las oligarquías y personas o familias con altos niveles de renta. Sobre todo si situamos al otro lado las clases obreras y subalternas, los diferentes niveles de precariado, sectores medios y profesionales, pequeños propietarios… Es decir todos aquellos que más allá de tener más o menos medios económicos, (lo cuál en una forma de gestión como es el neoliberalismo está sometido a la fluctuación y especulación), no determinan las políticas económicas y tampoco, aunque en apariencia sí lo hagan, los marcos jurídico-políticos. Ya en su tiempo Mussolini se vio obligado a retractarse de algunos aspectos recogidos en su libro (él lo había firmado, pero su autor fue Giovanni Gentili), donde atacaba a las burguesías italianas, cuando estás o sectores de las mismas se vieron encandiladas por el fascismo y las camisas negras. Y lo mismo se podría decir del nazismo, como la industria del acero y marcas comerciales aún hoy existentes, que se enriquecieron con las aventuras bélicas de un fascismo imperial. Y los fascismos más interiores y discretos, como el español y el portugués, aunque ambos tuviesen una de sus bases en el imperio colonial, sobrevivieron y en plena Europa, a la caída de los fascismos de los años treinta. Y qué decir de los fascismos vestidos de caqui del cono sur americano, donde se mezclan los intereses de las oligarquías locales con los de EE UU. Y que por cierto sigue haciéndose, sustituyendo los tanques y aviones por 'lawfare' y otros medios de propaganda e injerencia en las débiles estructuras 'democráticas' de los países americanos. No, el fascismo no es una cosa del pasado que habría sido vencido por las democracias liberales y occidentales, menos aún por la economía de libre mercado, donde siempre ha estado refugiado. Siempre ha estado ahí, al acecho, sacando la cabeza fundamentalmente en épocas con algún tipo de crisis. Ya lo percibía Pasolini, profético como en tantas cosas, que situaba en su época el fascismo con el desarrollo del consumismo más que en la melancolía mussoliniana de Giorgio Almirante y en lo que él llamaba la cosa, una democracia cristiana curiosamente con pasado antifascista. Berlusconi primero, y ahora Giorgia Meloni, son la prueba de la capacidad camaleónica de los fascismos, de su adecuación a los nuevos tiempos y de que nunca han abandonado el lugar donde se toman las decisiones: las cada vez más reducidas élites económicas. Y además hacerlo adaptándose a las peculiaridades de cada lugar.

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