Las imágenes de lo que está sucediendo en Gaza nos sobrepasan y son demostrativas de que se puede vivir mientras se contempla la barbarie y nada pasa. Ni la muerte de población civil, ni el asesinato de niños, ni el ahogamiento de Gaza, ni la ... violación de las mínimas bases humanitarias en situaciones bélicas, han servido para que se tomen medidas. Ni tampoco para que la ciudadanía muestre su rechazo de forma mayoritaria, más allá de las lamentaciones

Publicidad

Esa cosa abstracta llamada comunidad internacional no es sólo ya inútil, sino que en buena medida ha servido para que el estado de Israel disfrute de una impunidad para hacer cualquier barbaridad que es posible que ni sus protectores norteamericanos tengan. Por otra parte, se ha producido el efecto de asimilación, a medida que el tiempo pasa, que las víctimas crecen; se termina convirtiendo en una parte más del noticiario de cada día. Si la comunidad y las organizaciones internacionales son inútiles, tampoco las sociedades civiles, los ciudadanos en general, se han movilizado o escandalizado demasiado. Sólo tenemos que echar la mirada atrás y comprobar que en casos menos graves había más solidaridad. Los pañuelos palestinos se han convertido en un ornamento más. La violencia masiva e indiscriminada no produce ese rechazo que en ocasiones recorre las vértebras sensibles de las sociedades. El horror se puede ver en las pantallas y dar cifras de muertos como si se hablase de minuto y resultado. Nos hemos inmunizado ante la tragedia y habría que plantearse por qué está sucediendo eso. Una de las razones fundamentales por las que Estados Unidos abandonó la guerra de Vietnam fue porque una parte importante de su población se opuso a esa intervención, que alcanzó a una buena parte de la opinión pública.

El movimiento pacifista, la oposición a la guerra en sus numerosas vertientes a lo largo de la historia, languidece en supuestos debates que culpabilizan de la guerra a Hamás o consideran a Israel un estado democrático. Es como si se hubiese informado de las cámaras de gas y, considerándolo una barbaridad, lo situásemos en el conflicto de minorías nacionales sin territorio, la rebelión del gueto de Varsovia o las acciones de la ZOB (Zydowska Organizacja Bojowa, Organización Judía de Combate).

Vivir en unos tiempos con la mayor capacidad de intercomunicación y posibilidad de conocimiento no parece que haya servido de mucho. Quizás la cultura y el arte sean una posibilidad de respirar en medio del ruido, el confusionismo y la tragedia, aunque no vayan a conseguir cambiar ninguna de esas cosas.

Publicidad

La directora de cine palestina Larissa Sansour se adentra en lo distópico, a través de la ciencia ficción, para plantear la cuestión palestina. En 'Space Exodus' se ve la llegada del primer palestino a la Luna e, imitando la icónica imagen que planta la bandera norteamericana sobre el suelo lunar, la sustituye por la palestina. Pero aquí se plantea que el satélite terrestre se convierta en el refugio de un pueblo que ha sido ultrajado en el planeta. Y hace recordar, paradójicamente, lo que fue el primer sionismo.

En 'Nación Estate', con una buena dosis de humor se planteaba acoger a la población palestina en un inmenso rascacielos aislado del resto del mundo. En 'They Ate From the Finest Porcelain', nos muestra una Palestina atrasada en que un grupo de últimos resistentes entierran vajillas y otros objetos de lujo, para que en el futuro se cree el mito de una sociedad palestina que vivió en la abundancia y no pasar a la historia como un pueblo derrotado y destruido. Resulta curioso y paradójico que la imaginación de esta directora de cine se convierta en una capacidad visionaria de un conflicto que a día de hoy parece irresoluble.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad