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Aunque el ministro Garzón no se haya explicado bien, el pecado de la carne existe y consiste en comerla. Y también sabemos que, diga lo que diga el Garzón, se las va a llevar todas en el mismo 'carrillo', que hay mucho desatado que no ... pasa ni una. Pero el hombre tiene razón. Otros más entendidos que él certifican que es malo comer carne en exceso. Por eso hay cada vez más vegetarianos, o carnívoros moderados, que por atender consejos bien documentados huyen del chuletón y del filetín, y se van al brécol y a la acelga. Eso se debe a que la evolución, velis nolis, hizo al homo omnívoro para que aguantara el tipo durante las glaciaciones. Por eso, de no mediar algún tabú, la vaca del hindú, el jamón del mahometano o los filetitos cuaresmales de los semanasanteros, la tendencia gastronómica siempre ha sido que todo lo que nada, corre o vuela, a la cazuela.
La prisa por llenar la andorga ha sido siempre superior a cualquier riesgo, más en este perro mundo en donde todavía diez de cada cien pasan hambre. Lo que deja claro que a buen hambre, no hay pan duro, y en boca ávida entra todo. Recuerden 'Las ratas', de Miguel Delibes, ratas que el tío Ratero cazaba en río castellano. O los miles de perros que cada año se meriendan a la brasa los chinos en el Festival de Yulin. Y hablando de chinos, muy vegetarianos ellos pero en su menú no faltan murciélagos, pangolines, culebras, lagartos o tortugas. Es que cuando las ganas de comer aprietan, la humanidad echa al puchero tarántulas, hormigas culonas o escamoles, cobayas o cuis, ortiguitas de mar o anémonas, pepinos de mar u holoturias, chapulines, chinicuiles, grillos, caracoles, criadillas, sangre, sesos, ranas, monos, como si la regla fuera que cuanto más feo, más sabroso.
Hipócrates, padre de la medicina, recomendaba «que la comida sea tu alimento y el alimento tu medicina», y ese es un buen consejo para que la vida resulte larga y cómoda, más habiendo tanto en donde escoger, que incluso hay carne vegetal para veganos. Pero como los omnívoros vamos a lo nuestro, y como de gustos no hay nada definitivo por culpa de la ansiedad que generan las papilas gustativas, ahí tienes haciendo peinetas a Garzón y a Hipócrates al coro del chuletón, junto a veganos, anoréxicos, obesos, anacoretas, a los de 'eso no me gusta' enfrente a los 'me lo como todo'. Fíjate cómo será la cosa de la manduca omnívora, amigo hipocrático, que en Haití, en algunos puestos callejeros, y para engañar al hambre, venden galletas de barro amasadas con grasa que llaman 'bon bon terre'. Fíjate cómo será la cosa.
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