La entrada al Teatro Campoamor. MARIO ROJAS

Patrimonio perdido, culpa compartida

«Por favor: no eliminen la farola del Campoamor; centenaria y que sobrevivió -como la estatua de Valdés Salas, a las catástrofes de los años treinta. Es historia viva»

Sábado, 28 de agosto 2021, 03:03

Aratos perdidos, en este mes de agosto que se extingue, me he dedicado a contemplar fotos antiguas de nuestra ciudad. La mayoría son conocidas, pero, tanto impresas como digitalizadas, tengo una abundante colección que, muchas veces, en estos tiempos de compartición tecnológica de información y ... acceso a archivos gráficos, se incrementa con alguna imagen de valor. Pero, incluso en fotografías vistas una y mil veces, como en una buena lectura o una película de nivel, siempre se aprecian detalles: claves de un pasado que, en la estética estática de la instantánea parece idílico, aunque, sin duda, era mucho más incómodo, austero y frío que el presente. Pero, para los ojos, aquel Oviedo de hace un siglo o, incluso, el previo al desarrollismo demoledor de chalets y palacetes, es el edén urbano.

Publicidad

La transformación urbana es algo natural y consustancial a la evolución de la humanidad y de sus hábitos y gustos. También de sus apetencias, en este caso más económicas que de otro tipo. Otra cosa es que la renovación de la ciudad se haya hecho, en no pocas ocasiones, con errores groseros y resultados chabacanos, afectando a la imagen característica de la urbe. Pero, repito, por lamentable que sea, ese conjunto de cambios que desfigura la silueta y el empaque de una población, es sólo la constatación del devenir histórico. ¿En qué libro que estudie el pasado de los pueblos, pueden omitirse guerras, revoluciones o catástrofes naturales? Y, en eso, como en casi todo, los ovetenses somos como todo hijo de vecino, por más que la violencia destructiva se haya cebado con algunos de nuestros edificios más singulares en no pocas ocasiones.

Aceptemos, con un punto de nostalgia no exenta de racionalidad, que el tiempo pasado fue mejor desde el punto de vista del patrimonio inmobiliario. ¿A quién echamos la culpa? Y, aquí, sin ser nada original, hay que recordar que la responsabilidad, a lo largo de tantos años, está diluida. Llorando, es un decir, con una persona amiga la tan traída demolición del palacete de Concha Heres, uno de los últimos sacrilegios que recuerda el vecindario, llegábamos a la conclusión de que, de haberse adelantado la autonomía sólo cinco años, podría haber sido una magnífica sede de la Presidencia del Principado. Construcción, una vez más, del gran De la Guardia con jardines que, en fotos aéreas, parecen un bosque; centralidad, seguridad, accesibilidad... lo tenía todo. Pero esa necesidad -el antiguo Banco de España podría haber servido para ampliar el Parlamento regional- no existía en ese momento. Y en el ámbito privado ya nadie tenía recursos o interés o proyecto para mantener el palacete y su entorno íntegro. Máxime cuando -aquí si hay claros responsables- el Ayuntamiento no había dado la precisa protección a espacio y construcción y, por el contrario, llegó a prever una volumetría en altura verdaderamente escandalosa, sólo atenuada con la actual sede territorial del organismo emisor.

Alcaldadas hubo muchas. Y errores técnicos. Para qué recordar los Pilares, el Carbayón, los conventos demolidos, las casas porticadas de la plazuela de la Catedral o, las equivocaciones, con consecuencias ulteriores irreversibles, de la eliminación de la estación del Vasco o del Carlos Tartiere, que los oviedistas aún penamos.

Publicidad

Pero vuelvo la vista a las fotos antiguas. Todos cuantos pasamos del medio siglo recordamos un buen número de chalets emblemáticos, de la mejor y más variada arquitectura del XIX -ciertamente un museo estilístico-, que se fueron por mor de una mayor edificabilidad y aprovechamiento lucrativo. Pero, también, por desprotección municipal, por una pésima legislación sobre el deber de conservación y, esto es importante destacarlo, porque en ciudades provincianas como la nuestra, no hay suficientes usos nobles, públicos o privados, para dar una nueva vida a inmuebles de tanta solera y calidad.

Y, en fin, también, con honrosas pero infructuosas excepciones, la ciudadanía es culpable de permitir abusos y pelotazos; recalificaciones y descatalogaciones. Creo que, en la historia de Oviedo, ningún alcalde democrático -no digamos los digitales- perdió el sillón por una tropelía de este tipo. ¡Ah! Y, por favor: no eliminen la farola del Campoamor; centenaria y que sobrevivió -como ocurrió con la estatua de Valdés Salas- a las catástrofes de los años treinta. Es poca cosa, pero es historia viva.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad