«¿Cómo no sentir asimismo la gran dicha que supone estar dormidos y humillados en la vida?» (Pier Paolo Pasolini).
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Cuál es la tragedia?», se preguntaba Pasolini en una entrevista y se respondía: «La tragedia es que ya no hay seres humanos, hay máquinas extrañas ... que chocan entre ellos». Y añadia: «Y nosotros, los intelectuales, tomamos el horario de los trenes del año pasado y luego decimos: qué raro, pero si estos dos trenes no pasan por ahí. ¿Y cómo es que han acabado estrellándose?».
El hombre nacido en Bolonia un marzo de hace cien años, que empezó a escribir versos en dialecto fiurano, fue y se expresó de muchas maneras: la poesía, la novela, el cine, el teatro, el periodismo... Hasta, ocasionalmente, como actor. Ningún medio le fue ajeno, se expresó de todas las formas posibles, aunque especialmente habitó un cuerpo de un poético que decidió dotar a su obra de un elemento tan eficaz como peligroso: la provocación, el grito lacerante, la puesta en cuestión de todo lo establecido, la creación de imágenes y relatos revulsivos, la belleza oscura del bisturí que rasga la piel y nos hace penetrar en el cuerpo hediondo de las sociedades desvalorizadas. Y no le perdonaron el atrevimiento; una veintena de demandas judiciales de la que ninguna prosperó. En la última entrevista televisiva le pregunta el presentador: «¿Siente nostalgia de la época en que la gente le insultaba por la calle?». Y él responde con una leve sonrisa: «Me siguen insultando». No es casualidad que fuese golpeado brutalmente y le arrancasen la vida reventándole el corazón, al pasarle por encima con su propio automóvil, un Alfa Romeo con el que recorría la ciudad nocturna y peligrosa.
Hay vidas que presentan aspectos que, aún producto del azar, son simbólicos. La tecnología mecánica provocaba la muerte a quien había criticado el concepto de desarrollo sin progreso y la imposición de un sociedad consumista que sustituía a las viejas comunidades rurales en lo que llegó a definir como genocidio: «Considero que la destrucción y sustitución de valores en la sociedad italiana de hoy comporta, incluso sin carnicerías ni fusilamientos en masa, la supresión de amplias zonas de la sociedad misma». Aunque algunos términos puedan parecer exagerados, fue un visionario. El consumismo, por él señalado como un nuevo fascismo, avanza desbocado. Así, sin conocer el neoliberalismo lo intuyó: «Las características más significativa del neocapitalismo: más riqueza para el más rico y más pobreza para el más pobre». Algo que él percibió no sólo por la teoría, sino que vivió en su propia piel, cuando por un escándalo sexual, despedido de su trabajo y expulsado del PCI, tuvo que refugiarse en los suburbios de Roma, según dijo, «convertido en un parado desesperado de los que acaban suicidándose». Y ahí, los hilos que trazan la vida, componen también la textura de la obra: 'Muchachos de la calle', 'Una vida violenta', 'Teorema', 'El sueño de una cosa'… En esta última novela hay una frase definitoria: «Todos tenían muchos pensamientos en el corazón y poco dinero en los bolsillos».
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Al contrario de cómo ha situado a estos sectores la izquierda clásica, él observa un potencial transformador: «El Partido Comunista tendrá que convertirse en el partido de los pobres, digámoslo claro: en el partido del subproletariado». Esta y otras cuestiones, como el aborto, al que se oponía, harán que si el conservadurismo lo considera peligroso, la izquierda lo desprecie. Porque ser experimentador y transgresor tiene su precio, sobre todo cuando presenta sus complejidades y contradicciones: «La libertad sexual por si sola conduce a graves desequilibrios». El amante de los ragazzos entendió, como George Bataille, que deben existir los tabúes para que estos se puedan transgredir. En ese sentido, señaló algo fundamental: cualquier avance social que sea una concesión del poder, por que a este le interese en un momento dado, supone en realidad una regresión, porque no ha sido arrebatado desde abajo. Lo que está sucediendo en las últimas décadas en este terreno muestra como desde la heterodoxia y la perspectiva de tener criterio propio, aún extremado, señala la vigencia y actualidad de una cosmovisión, de la que es único representante. Un creador febril como él, al que arrancaron la vida con la agenda llena de proyectos, dejó dos obras monumentales. La novela inacabada 'Petróleo', donde a través de una compleja estructura narrativa aborda el tema de las industrias de la energía y sus oscuros negocios. Y la película 'Saló o los 120 días de Sodoma', un autentico tratado visual sobre la violencia partiendo de Sade, de una belleza dura, pero una autentica obra de arte.
Como escribió proféticamente: «Catalogado entre muertos extraños:/ Las cenizas de Gramsci… Entre/ esperanza y fe antigua me acerco».
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