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En los últimos años han proliferado en España los partidos políticos. Hay quien opina que es bueno para la democracia, pero la realidad demuestra que quizás aumente la representación, porque es cierto que aumenta la variedad de ideas, al mismo tiempo complica de manera permanente ... la gobernabilidad y la formación de los gobiernos. El caso de Israel es paradigmático.
Apenas quedan ya mayorías absolutas, formar gobiernos -nacionales, autonómicos y locales- con una variedad tan extrema de partidos se convierte a menudo en una situación complicada. Cuesta llegar a acuerdos y más cuando entran en juego partidos radicales que, con un puñado de diputados o concejales, quieren imponer sus ambiciones. Es lo que ocurre en Cataluña con la CUP.
Algunas veces nos olvidamos de que nuestro Congreso tiene 350 diputados y que para constituir una mayoría hacen falta 176, y la realidad es que a la hora de juntar mayorías apenas se parte de trescientos. El resto pertenecen a partidos sobre los que penden cordones sanitarios que dificultan, si es que no impiden, compartir un Gobierno con ellos.
En la formación del Gobierno actual supuso un lastre para el PSOE, que lideraba el proyecto, tener que negociar y sumar escaños gracias a partidos con una imagen tan repelente como la de Bildu, que ni siquiera se ha dignado condenar aún a los asesinos de ETA, algunos incluidos en sus filas. Igual ocurrió con otros de carácter secesionista que son rechazados por la inmensa mayoría de los españoles.
Ahora vivimos enfrascados en la precampaña de las elecciones autonómicas de Madrid, convocadas erróneamente por la presidenta en la convicción de que las salvaría con mayoría absoluta. Conforme pasan las horas y a la vista del ambiente político, parece que será imposible. Los partidos de izquierda tampoco es probable que consigan sumar una mayoría, pero aún así Isabel Ayuso es probable que sólo tenga la opción de pactar con Vox para mantenerse en el poder.
Y Vox es un partido de extrema derecha, estigmatizado como todos los de su especie que proliferan en Europa de principios fascistas. Los gobiernos que los acaban incluyendo en su composición arrastran un estigma que les lastra y desprestigia. En España Vox es la clave de varios gobiernos regionales, pero apenas de tapadillo, apoyando desde fuera, nunca participando en su composición.
La perspectiva de que Vox se convierta en la única alternativa en Madrid, que un partido de extrema derecha esté cogobernando en la capital, con la mala imagen que eso proyecta y las exigencias que imponga, causa alarma de manera especial en el Partido Popular cuya proyección internacional, no sólo interior, se vería dañada. De ahí que su líder, Pablo Casado, alerte a la candidata de que con Vox en su gabinete no podrá contar.
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