En tiempos ya lejanos, un día quise ir más allá del horizonte y en compañía de un amigo acabamos en las orillas del Marne, al lado de la carretera que une París con la frontera de Bélgica. No muy lejos de una base militar de ... la OTAN. Todavía el entonces presidente De Gaulle no les había mandado irse, en razón de que Francia se bastaba a sí misma, y él se consideraba la reencarnación de Napoleón, solo que con mayor estatura. Aunque aquella estancia no fue muy larga -unos meses recogiendo manzanas y remolachas-, algo pude aprender de lo que significaba la emigración: especie de destierro de gentes empujadas como mendigos para poder ganarse el pan. O la habichuela, como dicen por Andalucía. Emigrantes conducidos como rebaños por los gendarmes en la estación de Hendaya, con maletas de madera y paquetes que reventaban por las malas ataduras. A los gendarmes debía de parecerles que aquella era una riada más de africanos, como los que todavía llegaban de Argelia, donde no se habían apagado las hogueras: de una parte el FLN y de la otra la OAS. «Tantos muchachos que enviaron allí a morir, y ahora nos salen con que eso no sirvió para nada». Era lo que se leía en las pintadas y los pasquines tirados por el metro.
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Durante la estancia en aquellos prados del Marne, a De Gaulle le dispararon en uno de sus varios atentados, con mala puntería o buena suerte para el general. Ha pasado mucho tiempo, y el partido que fundó en aquella 5ª República se diluyó, según votos, como un azucarillo. Macron y Le Pen mirarán hacia atrás como a un pasado remoto, y Francia, la segunda patria de todo hombre, según Benjamín Franklin, el domingo tendrá un nuevo presidente. Los resultados, sin duda, atravesarán los Pirineos.
No sé si los dos candidatos habrán leído a Albert Camus, o le harán caso cuando dice que hay que tratar bien a los extranjeros, porque algún día tú también serás extranjero. Sí, volverás a ser extranjero si los ecologistas de esta tierra -verdes por fuera y rojos stalinianos por dentro- consiguen acabar con todo tipo de energía; hablando del hidrógeno verde que no existe, y del sol y el viento que no sirven. Entonces, por mucho que desinformen, dependerás de algún modo de las 58 nucleares que gobiernen Macron o Le Pen, y otras que construyan. Y tus fábricas y tu hidrógeno se van a ir al carajo. Seguimos siendo la reserva espiritual de Occidente. O como dijo aquel sabio en un arrebato de estupidez, que inventen ellos.
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