Algunos piensan que Asturias necesita un partido regionalista fuerte. Es decir, de un grupo que alce su voz en Madrid a la hora de defender los intereses de nuestro paraíso natural. Algunos, digo, se tiran de los pelos cuando ven que otros consiguen prebendas en ... la negociación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) y nosotros, no. Incluso admiran a personajes como el dicharachero Miguel Ángel Revilla, que logró poner a su comunidad en el mapa al frente del Partido Regionalista Cántabro (PRC). Algo así necesitábamos aquí, dicen todos convencidos. Máxime, teniendo en cuenta que esa función territorial de distribución de la riqueza nacional se está haciendo en el Congreso de los Diputados.
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Efectivamente, es en la Cámara Baja donde los distintos grupos autonómicos negocian los dineros, al ser el Senado sólo un cementerio de elefantes políticos. Desde los canarios, pasando por turolenses, navarros y un sinfín más. Ojo, partidos no nacionalistas y que pretenden efectuar una acción de 'lobby'. Dicho en otras palabras: conseguir ante el Gobierno central inversiones para sus territorios. ¿Es esto algo malo? En absoluto. Muchos asturianos opinan que sería necesaria una presencia de más peso en las Cortes Generales, aunque luego su voto acabe siendo siempre el mismo. Primera paradoja.
Sin embargo, ese discurso regionalista -llamémoslo así- tan bien aceptado socialmente cambia por completo cuando añadimos un elemento distorsionador: el bable. Según parece, la oficialidad del asturiano va a traer unas consecuencias políticas tremendas. Aparte de una sociedad insufrible, una economía hundida y todas las plagas bíblicas juntas. Dicen que favorecerá el surgimiento el nacionalismo más reaccionario e independentista. Vamos, el que nunca ha pisado la Junta General del Principado en sus 40 años de historia.
Los mismos, insisto, que ponen el grito en el cielo cuando ven cómo el peaje del Huerna sigue subiendo, mientras en el resto de España desaparecen o son más baratos, sostienen que con el bable se va a producir una suerte de grupos poco menos que terroristas. Los mismos que lloran por las esquinas cuando una inversión se marcha para otro lado, piensa que la oficialidad creará una ola de extremismo. Los mismos que decían eso de la Ley de Uso de Promoción del Asturiano (1998), al ver que sus agoreras previsiones no se han cumplido, ahora la alaban y desean con profusión. Segunda paradoja.
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