Los Oscar de la integración, la igualdad de género y la equidad acabaron convertidos en la ceremonia del sopapo. De forma tan extemporánea e hiperbólica que los suspicaces aún sostienen la posibilidad de que todo fuera una artimaña para levantar unas audiencias cansadas de galas ... soporíferas. El resto del mundo participó del debate sobre las razones que llevaron a Will Smith a plantarle un guantazo a Chris Rock . Para no pocos, la referencia del humorista a la alopecia de la esposa del actor fue motivo suficiente para comprender la reacción y el borbotón de insultos con los que el ganador del Oscar al mejor actor completó su visceral e impresentable cameo en el escenario. Otros juzgaron con dureza la violenta reacción, inesperada en una estrella de películas familiares e impropia de cualquiera. Una semana después, Will Smith ha renunciado a su puesto en la Academia haciendo bueno el aforismo de que siempre es mejor irse cinco minutos antes de que te echen. Rock, que demostró ser un mal cómico, ha sido más inteligente y ha permanecido calladito, recibiendo ofertas millonarias de los programas más importantes de la televisión norteamericana para dar su versión de lo ocurrido y vendiendo entradas sin descanso para su próxima gira. Uno se ha disculpado con la boca pequeña porque, en el fondo, aún se siente orgulloso. El otro parece satisfecho de haberla liado parda. Uno, más que al ingenio, recurre a la sal gruesa para llamar la atención, como han hecho siempre los malos humoristas. En la misma ceremonia, su alusión a Penélope Cruz como «la mujer de Javier Bardem», tampoco tuvo nada de gracioso. El otro quiso hacerse el héroe y demostró ser un patético matonzuelo.
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Ninguno resultó ser lo que vende el sofisticado marketing de Hollywood. El hecho es que más allá de la apariencia del esmoquin ninguno supera en mucho a dos prototipos que pululan por las barras en las horas de descuento. El gracioso capaz de desalojar un bar y el machito que no para de buscar una excusa para demostrar que ha invertido mucho más en pesas que en educación. Dos modelos que a estas alturas solo encajarían como estúpidos o villanos en cualquiera de sus películas. Pero que se han quedado con todo el protagonismo. Jada Pinkett Smith apenas ha dicho nada del asunto hasta el momento. Poco más que una referencia a su deseo de curarse. Poco se puede comentar de lo que piensa o de lo que opina. Su espacio, en una industria que presume de igualitaria, lo han ocupado dos machitos canónicos que de paso le han hecho el trabajo a muchos prejuiciosos. Aunque tal vez el silencio de Jada lo diga todo.
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