Ala tristeza que dejan cien mil muertos y la incertidumbre que crea el futuro de la economía, la pandemia que sufrimos está dejándonos también todas nuestras vergüenzas al aire. Ha transcurrido más de un año desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas y no ... sólo no hemos aprendido nada sobre la manera de erradicarlo y sobrellevarlo: también hemos demostrado nuestra irresponsabilidad y falta del sentido colectivo de tener que sacrificarnos en la lucha contra un enemigo común, que ataca por igual a los de derechas que a los de izquierdas, a los jóvenes y a los mayores, que no diferencia entre sexos ni muchos menos razas, religiones, ricos y pobres.
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Es triste reconocer que es la segunda Semana Santa bajo la amenaza de la covid-19 y que todo sigue igual que el año pasado: seguimos polemizando sobre el uso de las mascarillas, la mayor preocupación es si hay que llevarla puesta en la playa o salir sin ella a la calle que para los «grandones» es una actitud de valientes que afrontan el riesgo como si realmente se tratase de una fiesta de disfraces de carnaval. Las comunidades autónomas, como no podía ser menos, intentan diferenciarse unas de otras como si tratase de otros planetas para que nadie duda de su capacidad decisión. Algunas tienen cerrados los bares y restaurantes y otros, como Madrid, la más rebelde, los mantienen apurando hasta el último minuto para el toque de queda. Hay elecciones en mayo y hay que ganarse votos, aunque sea coste de contagios.
Las vacunas, que es la única alternativa que nos queda, tampoco es un elemento de consenso. Aquí no hablamos de ideas o corrientes políticas, pero lo parece. Cada Comunidad impone los calendarios de votación al ritmo y el orden que les place e incluso algunas han dado vacaciones a los mayores de ochenta años durante las fiestas sagradas quizás para que asuman más tiempo el riesgo, mientras otros descansan. Las autoridades políticas, que son las que menos tendrían qué decir, se pasan las semanas reuniéndose para no ponerse de acuerdo ni que alguien piense que los importantes en esta etapa son los científicos.
Hay a quien le sirve de consuelo que por ahí afuera también van las cosas mal, pero aquí hay muchos que están felices de que vengan extranjeros huyendo de sus limitaciones para aprovechar las facilidades y tolerancia que aquí encuentran para participar en fiestas furtivas, en botellones, en bares rebosantes de clientes, alojados en pisos turísticos sin demasiado control y, por supuesto, ya digo, recibidos con críticas pero también con sonrisas porque gastan dinero aunque sea a cambio de sembrar microbios y de que el número de contagiados aumente.
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