Ya se ha consolidado en el lenguaje oficial y en el coloquial, la expresión 'semana de los Premios'. Y evidentemente, la repercusión mediática, los actos en torno a los premiados, la relevancia de éstos, la presencia regia y la brillantez de los escenarios arquitectónicos -y ... naturales, en el caso del Pueblo Ejemplar- hacen que Oviedo y toda Asturias asuman un protaonismo que, ordinariamente, no tienen. La capital ha asumido, con Gijón, Avilés y Mieres, más el corolario de Santa María del Puerto (Somiedo), la actividad vinculada a los galardones de la Fundación Princesa de Asturias que hoy, sábado, se da por concluida.
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Particularmente, me agrada la superación de localismos en esta semana, que ya hay hasta quien la escribe con mayúscula, como hacen los historiadores con la Trágica de 1909 en Barcelona, o con las Grandes festivas, empezando por la del Cine de San Sebastián. No sé si hemos llegado a tanto como para que nos autorice la RAE, cada vez más remisa a lo mayúsculo, a escribirla así, pero es evidente que el flujo -afortunadamente ya recuperado en gran parte, tras la catástrofe del coronavirus- hace muy singulares estos días donde no sólo estamos en el mapa, lo que, a veces, ni sucede, sino que generamos interés más allá de la cordillera, los ríos limítrofes y la mar cantábrica.
Digo que, no sé si porque la mezquindad paleta que en todo quiere rivalizar me pone de los nervios o porque tengo sangre de media Asturias, me congratulo de hacer esta actividad, desde Oviedo, un patrimonio de la región. Eso es ejercer de capital y no los monopolios excluyentes y celosos. Es más, aun comprendiendo los problemas de distancia y logística, desearía que estos ecos culturales llegaran a rincones más alejados de Asturias, al margen de quién pueda ser beneficiado cada año como ejemplo de pueblo en nuestra comunidad.
Todo esto que antecede es lo positivo. La única sombra es que el año tiene muchas semanas y, salvo alguna celebración aislada, desde fuera de nuestro accidentado perímetro, parece cubrirnos la niebla la mayoría del año. Y creo, ciertamente, que, aunque falte coordinación y posiblemente un ambicioso ejercicio propagandístico, no es justo. Sí es verdad que ha despegado la gastronomía -la fiesta del Desarme vuelve a coincidir con el ajetreo de los Premios-, por no hablar de los quesos y que, en parte por la pandemia y su excelente gestión, el paraíso natural ha atraído a miles de personas que no han renunciado a conocer Oviedo, sus monumentos, museos, alrededores...
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Pero nuestra ciudad merece, en verdad más. Y no me refiero sólo al prerrománico. Porque creo, sinceramente, que, para el tamaño de la ciudad y su concejo es imposible elevar el listón en lo musical. En iniciativa y organización pública y en meritoria promoción y formación privada. La ópera es un ejemplo manido, pero certero y malamente remendado de agravio comparativo. Ópera antiquísima en la ciudad, doblemente novelada, con un elenco histórico de cantantes y directores de orquesta de quitarse el sombrero... Y sólo es una parte de la vocación melómana del vecindario de toda clase y condición, porque, aunque siempre haya gentes que crean que sólo ellas están tocadas por la divinidad para deleitarse con Mozart o Puccini, el bel canto ha llegado a todo el que lo desee disfrutar. La descarga de arias en Internet ofrece unas cifras impactantes, felizmente. Porque la cultura es un bien universal.
En otras ramas del arte andamos cerca -pongamos el caso del teatro- y en el tema expositivo y pedagógico, raro es el día donde no es sencillo decidir con qué disfrutar y de quién aprender. A menos de ochenta metros del Museo de Bellas Artes de Asturias -donde es imposible hacer mejor las cosas y ofrecer tanto arte a los visitantes- está el RIDEA, donde a diario hay conferencias o ciclos de un nivel elevadísimo, justamente correspondido por el auditorio presente. Y poco más abajo, la Universidad, una de las más antiguas del país, que no sólo son aulas, libros y tubos de ensayo, sino difusión del conocimiento más excelso. En resumen, que no sólo debemos autolimitarnos en el tiempo o en algunas actividades -ahora tenemos también la capitalidad poética-; debemos aspirar, como lo fuimos con el Grupo de Oviedo en el tránsito del XIX al XX, a ser, culturalmente, más que 'reina por un día', o por una semana.
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