El otoño ha llegado con lluvias, al fin, y los nubarrones que los políticos, nuestros meteorólogos más cortoplacistas, anunciaban para la economía española en el último trimestre del año. La siderurgia, un sector que se adelanta al porvenir con la precisión de un reloj, ha ... reducido su velocidad en toda Europa, un indicador mucho más fiable que algunas estadísticas. Sin embargo, los mismos que avisaban de las curvas parecen empeñados en conducirnos a toda velocidad sin más plan que su pericia. El Gobierno y la oposición han comenzado el otoño sin más propuesta que enmarañarse en una campaña de mutuo desgaste hasta las elecciones generales, previa parada, eso sí, en la escaramuza de las autonómicas. PSOE y PP solo coinciden últimamente en una previsión: cuanto más se prolongue la guerra entre Rusia y Ucrania, mucho más complicado se va a poner el asunto en una Europa donde la política común acostumbra a difuminarse en cuanto se intuyen sus consecuencias.
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Echándole un poco de optimismo, que también se podría llamar candidez, cabía esperar que la política española pusiera sobre la mesa al menos una mínima planificación. De momento, las propuestas se han reducido a una refriega fiscal entre los dos grandes partidos, desencadenada por la decisión del presidente andaluz de suprimir el impuesto de patrimonio. La respuesta del Gobierno ha sido anunciar un impuesto para los ricos, que entrará en vigor el 1 de enero de 2023, no afectará en ningún caso a más del 1% de la población y tendrá carácter temporal, como los diseñados para las empresas energéticas y la banca. En esto último, la mayoría del Ejecutivo no parece dispuesta a ir tan lejos como desea Unidas Podemos, que defiende un gravamen estable. En cualquier caso, a tres meses de su aplicación, los técnicos aún deben definir este nuevo impuesto. Alberto Núñez Feijóo ha acusado al Ejecutivo de intentar distraer al personal con «frivolidades fiscales». La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, le ha pedido al PP que ponga orden en las autonomías donde gobierna. A su juicio, la política de los populares es «irresponsable, incoherente y destructiva para el conjunto del país». Este debate, más cargado de ideología que de estrategia, les dará a nuestros partidos mucho que decir. Permite a unos presentarse como verdaderamente socialistas y a otros sentirse aún mucho más liberales. Para la arenga electoral está bien. Pero no deja de ser una receta demasiado simple para los muchos problemas que se intuyen en el horizonte.
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