Como todas las especies animales, el lobo en estos tiempos de tanta preocupación por la conservación de la naturaleza merece protección. Eso es evidente. Lo que ya no es sensato es prohibir su caza de forma drástica, sin limitaciones, como acaba de determinar el Gobierno, ... sin profundizar en las consecuencias ni consultar a los afectados. Sólo a políticos alejados de la realidad económica y de la seguridad en el medio rural, puede ocurrírseles semejante medida sin contemplar antes sus efectos y sin matizarla y limitarla con sensatez.
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El lobo es un animal que sobrevive a costa de otras especies entre las que destaca el ganado que constituyo el medio de subsistencia de centenas de millares de personas. Aparte que es huidizo y astuto cazador de sus víctimas, se trata del mayor depredador de los rebaños de ovejas, cabras y hasta vacas que pueblan los montes y proporcionan alimentos para todos como la carne o el queso del que con tanta frecuencia disputamos.
Es verdad que los animales tienen que sustentarse como pueden, de ahí la frase de que el grande se come al pequeño. Los que viven del pastoreo, una profesión dura si las hay, y con mayor riesgo de extinguirse que la especie de los lobos, no son sádicos contra los animales salvajes: lo odian de manera especial por el daño que les causa y la sed de sangre que demuestra y su insaciabilidad a la hora de matar.
Cuando una manada de lobos -o una simple pareja- atacan a un rebaño no se limitan a matar a una oveja, una cabra o un ternero para alimentarse, los destrozan a todos. Comen y se marchan dejando detrás a varias víctimas con las tripas al aire y un mar de sangre a su alrededor.
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El escenario de una matanza llevada a cabo por los lobos es penoso. Muchas de sus víctimas aún agotan su último destello de vida de las víctimas estremece. El instinto del ganado les despierta pavor. Ante la astucia y velocidad del lobo no tienen forma de ponerse a salvo. El daño que causan condena a los pastores a la ruina, sin su medio de vida. Por eso la protección oficial del lobo causa indignación.
Esto explica y hasta justifica el furtivismo. No puede sorprender ni podría ser condenado el pastor o ganadero que mate a un lobo en defensa de sus intereses. Tampoco cabe argumentar, repito, que se trate de una especie en extinción. Ignoro datos oficiales, pero quienes viven en pueblos pequeños y comarcas montañosas saben bien que sigue abundando y reproduciéndose con bastante fecundidad.
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No hay que olvidar tampoco que el lobo provoca miedo entre los humanos. Por algo se ha impuesto la frase de verle las orejas al lobo. Por supuesto que no se trata de defender su multiplicación, pero si a promover un control que frene el daño que causa a muchas familias modestas. No deja de ser una extraña actitud política que se preocupe de la despoblación rural y al tiempo defienda la supervivencia incontrolada de uno de sus peores causantes.
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