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Toques de queda

Toques de queda

Tras los siete meses de casi cotidianos toques de queda vividos por mí en Santo Domingo, conocí los de la Cuba batistiana

Lunes, 21 de diciembre 2020, 21:34

Estos 'recados' míos empezaron a ver la luz del día, con señalada frecuencia y gracias a la gentileza del director del 'decano', desde mis años caribeños (Santo Domingo primero, Cuba después), etapa de mi vida en que comencé a remitírselos por correo aéreo (no existía ... internet) a don Francisco Carantoña Dubert. El conspicuo periodista venido al mundo en la villa gallega de Muros de San Pedro, gijonés por amor y casi madrileño de adopción, pues a la Corte trataron de llevárselo, desoyó los reiterados cantos de sirena que le llegaban desde la capital y se negó a dimitir de sus cotidianos deambuleos gijoneses mientras tomaba el pulso no sólo a la Villa de Jovellanos, sino al acontecer del mundo. Haciéndolo muy a menudo a lo largo del Paseo de Begoña, siempre con el inexcusable ejemplar de 'Le Monde' plegado en el bolsillo de la gabardina (quizá ya un poco trabajada, como la de los poetas distraídos), los brazos cruzados a la espalda, y los pasos, casi zancadas, en busca del asiento que 'Till' –austero seudónimo con que el gran don Francisco rubricaba sus perspicaces disquisiciones en el faldón de la primera o en el ángulo inferior de la última ('La vida y sus vueltas')– tenía reservado en el Dindurra, el histórico establecimiento al que acudía no solo la clientela tradicional de café con churros, leche merengada, partida de ajedrez, tertulias literarias o musicales y periódicos gratis, sino un raudo tropel de palomas y gorriones que a menudo sobrevolaban las bandejas de los camareros, siempre en alerta para ahuyentarlos a servilletazos.

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