Desde la Antigüedad los estudios sobre la percepción humana destacaron cinco sentidos externos a través de los cuales nuestro cerebro recibe información sobre el mundo que nos rodea: la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. La filosofía occidental siempre los clasificó ... jerárquicamente y el sentido de la vista siempre ocupó un lugar privilegiado por la importancia que tiene para el conocimiento. La imagen que mostramos a los otros es una señal visual al presentarnos en público. La ropa, el corte de pelo, la barba, los tatuajes, entre otras, son señales visuales que muestran a los otros quiénes somos. El oído sigue en la jerarquía a la vista, sin embargo, el olfato, el gusto y el tacto han sido relegados a un segundo plano. Si tratamos el papel que ocupan estos sentidos en el desarrollo de la conducta moral, entonces el tacto y el gusto son los que requieren de nosotros un mayor control porque son los que nos provocan un mayor deleite cuando nos sumergimos en los placeres de la comida, la bebida y el sexo.
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El olfato es el sentido más antiguo compartido por numerosas especies en la escala evolutiva. Sin embargo, no ha sido estudiado en profundidad. Las señales olfativas son utilizadas por muchos animales. Los perros marcan el territorio cuando orinan en el tronco de un árbol o en una esquina. Las hormigas utilizan señales olfativas para mostrar la senda hacia una fuente de alimento. En los humanos el olfato también tiene mucha importancia. Las sidrerías huelen, nuestras casas huelen, los animales huelen, las ciudades y los pueblos también huelen... En definitiva, todos los entornos que habitamos huelen, expelen sustancias químicas que son captadas por nuestro sentido del olfato. Detectamos el olor porque las proteínas G, receptoras olfativas, discriminan las moléculas de las sustancias químicas que están disueltas en el aire, o en algún líquido y la mucosa olfativa estimula las neuronas receptoras. Los humanos hemos perdido el olfato si nos comparamos con perros, gatos u otros vertebrados, pero el olfato es el sentido que comunica de manera más rápida y directa los receptores con nuestro cerebro. El circuito sensorial se establece entre el epitelio olfativo, situado en la cavidad nasal y el bulbo olfatorio, que es una red neuronal alojada en el prosencéfalo que se encarga de enviar señales al sistema límbico que activa pautas emocionales y marcadores en nuestra memoria. Por eso, el olfato y la memoria están profundamente relacionados. En las expresiones coloquiales 'por su nariz se conoce al hombre', o cuando decimos 'tiene olfato de sabueso', expresamos la capacidad de desentrañar lo oculto, lo que no se ve, lo misterioso. Parte de nuestra memoria autobiográfica es de naturaleza olfativa. Los olores nos traen el recuerdo de lo que fuimos, de las personas, de los sitios y de los momentos vividos. Cómo no citar a Proust y su magnífico libro 'En busca del tiempo perdido', cuando asocia una experiencia sensorial con un recuerdo, lo que se conoce como el 'efecto magdalena de Proust'. Los olores nos transportan a otro tiempo, a otro espacio. Nos hacen recordar personas y situaciones que tienen que ver con nuestra memoria.
A pesar de que vivimos en un mundo de sobre representación de la percepción visual, existen en todos nosotros expectativas asociadas al olfato. Cuando nos encontramos con los otros mostramos no solo lo que ven, sino también cómo olemos. El perfume de misterio que exhala una mujer o un hombre; la halitosis que solo la huele la persona con la que hablamos, pero no nosotros mismos; el perfume utilizado para atraer, etcétera. Ya apenas nos miramos porque media casi siempre una pantalla. La pantalla suaviza la realidad visualizada y pone entre paréntesis el olor de los cuerpos. Antes, frente a los otros, teníamos cuerpo y olor. Ahora todo queda reducido a 'imagen sin carne', que como decía Regis Gebray, en su libro 'Vida y muerte de la imagen. Historias de la mirada en Occidente': nuestro ojo ignora cada vez más la carne del mundo. A las pantallas les faltan muchas cosas, entre ellas, es que todavía no huelen, pero al tiempo.
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