En el mundo hay 800 millones de personas que pasan hambre crónica. Para nosotros es difícil de imaginar ese estado, pero seguro que nuestros abuelos aún se pueden hacer una idea. La invasión de Ucrania ha complicado todavía más las cosas, pues entre este país ... y Rusia pueden alimentar a 400 millones. Se habla de una crisis de alimentos, un fantasma que recorre el mundo. Picos de precios al alza, con todo lo que implica, disturbios, emigraciones, desestabilización, guerra. A ello se le añade el cambio climático, la pandemia, y la abuela, que también parece embarazada. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU ya advirtió de que este invierno más de la mitad de Afganistán sufrirá hambruna (como si no tuvieran suficiente con los talibanes). Ahora, con los gustos por el eufemismo, lo denominan 'inseguridad alimentaria aguda', pero es hambre, un hambre de toda la vida. Las cifras concretas las explica bien David Wallace-Wells en su artículo del New York Times 'How bad is the global food crisis going to get?'
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Parece ser que aunque los jinetes del apocalipsis estén ayudando, la crisis alimentaria tiene raíces estructurales. Los chinos podrían tener la peor cosecha de la historia, en la India hay falta de lluvia, el cinturón de trigo de los Estados Unidos está sufriendo también y en el Cuerno de África hay sequía desde hace 40 años. Hay lío en Chad, Indonesia, Pakistán, Perú, Mali… Putin y sus 'cuates' han tomado nota, y se van a emplear en sus particulares klémmatas griegas, o sea, añagazas, raterías, putaditas. Amenaza de bombardeos, cortes de gas, guerra híbrida y, ahora, el hambre como arma. Esto no es nuevo, por supuesto, me refiero a saber que si no alimentas al personal vas a tener problemas, y como tal, lo puedes utilizar como palanca o como tranca, depende. Sin embargo, ha hecho falta una guerra para darnos cuenta de esta perogrullada: sin trigo, no hay pan, y sin pan, da igual que estés conectado a la HBO. Los mercados internacionales ya están comprando stocks para venderlos como si fuera oro en polvo, porque los quebrantahuesos que vuelan en círculos no descansan (o los cerdos truferos, según se mire). Esa es otra verdad del barquero que, a veces, olvidamos.
Que Putin siga malmetiendo, que Putin siga atornillando en su línea veterotestamentaria, tiene una larga tradición en Rusia. Me refiero al hambre. Si recuerdan aquellos hermosos carteles de la propaganda soviética, con robustos trabajadores recogiendo gavillas de trigo para alimentar al 'hombre nuevo' (Rusia exporta más trigo que Ucrania, 18% contra 9%), pues ahí tenemos nuestra historia. El Holodomor (en ucraniano, 'matar de hambre'). O sea, la Gran Hambruna. Fue provocada en los años 20 y 30 del siglo pasado por las colectivizaciones forzosas de Stalin en Ucrania, lo que dio como resultado la muerte por inanición de unos cuatro millones de ucranianos. Putin recoge el testigo y utilizará la diplomacia del hambre para matar a todo aquel que se interponga en sus planes imperiales, para negociar tratados con la UE, para provocar oleadas de desesperados que crucen el Mediterráneo. En su momento, Stalin culpó a los propios ucranianos, ahora el fementido Putin acusa a hipotéticos nazis. Y el saqueo ha comenzado.
El ejército ruso se hace con la tierra negra ucraniana, se roban los silos, se minan los campos, se acumula la producción, se bloquean los puertos, se controla la exportación y venta. Es otra doctrina militar más de los ruskis, como el uso de la artillería o el desprecio por las bajas en guerras de desgaste. Pero no solo se roba: el trigo que no se puede coger, se bombardea. Trigo quemado, trigo que no alimenta al enemigo. Ahora, el Holodomor que se planea es mundial, y durante el antiguo, les recuerdo que la gente llegó a comer corteza de árbol, raíces, corcho, bellotas, y sí, también a sus vecinos. Les recuerdo que era tal la cantidad de cadáveres, que el GPU tuvo que utilizar trenes para retirar los cuerpos sin vida y cavar gigantescas fosas comunes para enterrarlos. Les recuerdo que el personal secuestraba y devoraba niños como si fueran terneros recentales. Por último, les recuerdo lo que escribió el gran Vasili Grossman en su 'Todo fluye': «Una vez el hambre lo ha vencido, el hombre ya no se levantará, no solo porque ya no tenga fuerzas: le falta interés, ya no quiere vivir. Se queda tumbado en silencio y no quiere que nadie lo toque. El hambriento no quiere comer, no quiere que le molesten: quiere que le dejen en paz».
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Pienso en Putin y pienso en cómo definían al conde D'Espagne, esbirro de Fernando VII: «De nación francés y de índole cafre, de comportamiento atroz, que insulta a la humanidad, ofende a la religión y aburre a la virtud». Más o menos nuestro Vladimir. Esto lo escribo para el personal que sale con banderitas rojas y gritando 'No a la OTAN', y ese tipo de cosas. A pesar todo, hay esperanza. Aparte de repartir estopa a los ruskis, la investigación puede desvincular la producción de alimentos del uso de la tierra habitual: fermentación de precisión, agricultura vertical, etc. Se puede reducir la producción de biocombustibles, que daría para alimentar a 1.900 millones de personas al año. Y muchas más cositas. Todo es cuestión de voluntad política, igual que suministrar armas a los ucranianos. Además, ya hemos salvado a millones de individuos de morir de inanición, eso es indiscutible. Pero hay que seguir a machamartillo.
A propósito de lo antedicho, debemos apoyar a los ucranianos, pero sin olvidar que Yemen, Chad, Burundi, Congo, Sudán, Madagascar, Somalia… siguen pasándolas canutas con la alimentación. Y mira que son negros, eh. Que no se diga que nos olvidamos de ellos porque no son rubios y de ojitos azules.
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