El pasado martes, como han dado buena cuenta los medios, el BOE publicó el Real Decreto-ley 14/2022, de 1 de agosto, de medidas de sostenibilidad económica en el ámbito del transporte, en materia de becas y ayudas al estudio, así como de medidas ... de ahorro, eficiencia energética y de reducción de la dependencia del gas natural. Un título tan largo nos da idea de los muchos palos que el Gobierno ha querido tocar con esta norma provisional (a convalidar por el Congreso), ante la crisis que ya estamos comenzando a padecer... y lo que nos queda.
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Llama la atención que, aunque la disposición sólo cuenta con 34 artículos (más una veintena de disposiciones complementarias), aun cuando alguno sea extenso, su Preámbulo es larguísimo. Una verdadera novela para justificar los motivos que inspiran la norma y lo que, con sus medidas, se pretende alcanzar. Si me permiten la licencia, me recuerda un poco a los que tienen que explicar un chiste porque, o se ha contado muy mal (caso de los que los destrozan empezando por el final), o el auditorio está torpe. Pero, en aras de la objetividad, esa exposición está bien trabajada por más que no tarde alguien en encontrar algún gazapo o una desconexión entre lo prometido y el articulado.
Aunque hay numerosas modificaciones legales y reglamentarias en materia de transporte, navegación marítima y aérea, becas y reducción de dependencia energética, lo que más ha trascendido, por afectarnos cotidianamente, es el asunto del ahorro en calefacción y aire acondicionado.
En efecto, el artículo 29.1 de este Real Decreto-ley, dispone que: a) la temperatura del aire en los recintos calefactados no será superior a 19 ºC; b) la temperatura del aire en los recintos refrigerados no será inferior a 27 ºC y c) las condiciones de temperatura anteriores estarán referidas al mantenimiento de una humedad relativa comprendida entre el 30 % y el 70 %.
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Como suele ocurrir con las regulaciones de ámbito estatal, las peculiaridades territoriales, especialmente del norte peninsular, quedan soslayadas y nos meten a todos en el mismo saco. Hasta el desarrollo del Estado de las Autonomías, esto llevaba a situaciones esperpénticas. Caso del urbanismo o el medio ambiente. Y aún seguimos así en algunos casos, como el tema de los lobos.
Algún comentarista, profesional o usuario de redes sociales, ya ha alertado con sorna de este asunto en lo tocante a Asturias. Para que un cine, un centro comercial, una oficina o una vivienda estén a 27º C en nuestra región, hay que caldear, aunque sea agosto, quizá con la excepción histórica de los tórridos días del pasado julio. Porque, en efecto, quizá como demostración de poderío o emulación con otros lugares, no es difícil congelarse si, en pleno verano, se entra a un supermercado, se asiste a un acto cultural o se acude a alguna dependencia administrativa. Me congratulo de que en los despachos y aulas que frecuento en la Universidad, la institución es austera y no va de nuevo rico, con lo que se ahorra un aire acondicionado tan caro -energía más mantenimiento- como superfluo.
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Seremos la nueva generación del 27, aunque esa cifra ni la alcancemos por estos pagos en bastantes más de 300 días al año. El problema, en nuestra comunidad, está en los 19 grados de la calefacción cuando llegue el invierno. No es que este Principado tenga, a salvo algunas zonas montañosas, temperaturas extremas, al primar el clima atlántico. Pero 19 es una cifra algo preocupante, pensando, sobre todo, en personas que, por edad o salud, son sedentarias. La Organización Mundial de la Salud establece una horquilla saludable entre 18 y 24 grados y 19 está muy cerca del límite. Es cierto que hospitales y centros educativos se librarán de esta restricción, pero en las casas también hay personas necesitadas de más calor, en todas sus acepciones, por cierto.
Esperemos que esta norma, o la que la sustituya, den en la diana y que la solidaridad y el sacrificio de acatarla, tengan efectos en nuestra economía (como el tema de la iluminación de calles y escaparates) y, sobre todo, que la coyuntura no se eternice. Aunque esta crisis viene de una guerra y los libros de Historia apelan a algunos conflictos bélicos con números de años -30, 100...-, a veces difícilmente soportables, sólo con pensar en ello.
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