Nostradamus y mi abuela María

Se equivocó la Má. Tampoco acertó Nostradamus, con sus enigmáticas y apocalípticas profecías. Pero la Má solo era la Má. Se equivocaron los dos, la pobre analfabeta de Cabranes y el boticario, sabio y francés

Lunes, 8 de febrero 2021, 21:32

«Nostradamus hizo siete profecías para 2021, el año que acaba de empezar, pero dejó escritas cerca de seis mil quinientas». De esto acabo de enterarme por un periódico, de cuyo nombre no quiero acordarme [téngase en cuenta, por favor, el sentido que Cervantes imprime ... al verbo 'querer', que en el castellano actual no me sirve para aludir a alguna de las tantas predicciones, orales y escritas, que llevó a cabo el boticario francés acerca del final que tendrá el desconcertante, vilipendiado y querido mundo que habitamos. Como curiosidad, anoto antes las palabras exactas del comienzo del 'Quijote': «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...». Hoy se diría algo así como «no puedo acordarme», «soy incapaz de acordarme» o, simplemente, «no me acuerdo»]. Y excúsenme la petulancia de recurrir a Don Miguel para tan poca cosa como la que voy a contar.´

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El caso es que –como nos suele ocurrir a los viejos– la memoria me lleva hoy muy atrás, nada menos que a mi aldea cabranesa y al lado de la madre de mi madre. Se llamaba María Hevia ('la Má' para sus nietos), y he aludido a ella, más de una vez, en las páginas de EL COMERCIO. Vuelvo a hacerlo, pues resulta que 'la Má' y el boticario francés Michel de Nostredames se me antojan hoy insólitamente asociados en los recovecos de mi memoria. La Má era una mujer analfabeta que fumaba picadura de hoja de patata tostada en una sartén –cuyo fondo había sido previamente untado con una pizca de torrezno–, y que ahuyentaba, dentro de lo poco que podía, las miserias del cuerpo y los pesares de la vida mientras acariciaba en el fondo de su faltriquera la cajetilla de mataquintos que de tarde en tarde le llegaba en el cesto de mimbres de mi madre, cuando ésta se desplazaba, en el 'autocar de línea', al mercado de Infiesto o de Villaviciosa, los lunes y los miércoles, respectivamente. El caso es que tanto la Má como el boticario galo divergían, pero no mucho, en sus presagios. Ella sostenía a machamartillo que cuando un hombre se acostara en la cama al lado de otro hombre se acabaría el mundo, y la pobre Má se equivocaba, «se equivocó», como la cándida paloma de Rafael Alberti. Y el boticario francés nos dejó una gran herencia, no de milagrosas pócimas para sanar los males del cuerpo, sino de un libro titulado 'Les propheties' (Lyon: primera parte en 1555; segunda en 1557), uno de cuyos presagios afecta dramáticamente a los que aún estamos vivos. 'Las profecías' es un texto repleto de curiosos y, a veces, pintorescos vaticinios, que hoy me inspiran mucho menos respeto que el que les concedía la inocente credulidad del niño que fuí, bisoño deletreador del Calendario Zaragozano y tímido escolar ante el abecedario que aparecía en el 'Rayas' de la escuela de don Mariano Hermoso, el recordado maestro zamorano que me enseñó a leer: la b con la a, ba; la pe con la i, pi. ¡Pobre don Mariano Hermoso! Era bueno. Era republicano. No lo ocultó. Y, por contar lo que sentía, tuvo que irse a Collioure, y allí entregó la vida.

¡Pobre María Hevia, la Má! Ella no era republicana. ¿Qué sabría ella de cosas políticas? Era buena, analfabeta y fumaba mataquintos. No sabía profetizar como la gente sabia: sólo leía las nubes, la flor de los frutales, el 'airón' que barruntaba lluvia y llegaba de Peña Cabrera. ¿Qué sabría ella de Nostradamus? No sabía vaticinar ni explicar sus corazonadas, pero estaba convencida de una sola cosa: de que el mundo se acabaría cuando dos hombres se acostaran en la misma cama.

Se equivocó la Má. Tampoco acertó Nostradamus, con sus enigmáticas y apocalípticas profecías. Pero la Má solo era la Má. Se equivocaron los dos, la pobre analfabeta de Cabranes y el boticario, sabio y francés: los hombres se desnudan y duermen juntos. Se casan entre sí. A la pareja que forman la llaman matrimonio, pero no saben hacer hijos, excepto si trampean con una mujer ajena o recurren a un galeno. Y el mundo, como siempre, sigue andando. Con algún que otro tropezón, pero sin detenerse en el andar. ¿Hacia dónde? Esta es una pregunta a la que no encuentro respuesta.

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