Entre tantas tonterías como se están escuchando sobre las colonizaciones en América, ninguna resulta tan chocante, y si me apuran indignante, como la que ha dicho el presidente Biden con motivo de la conmemoración del Descubrimiento. Sorprende no solo porque después de la memoria que ... nos dejaba Trump, Biden nos hizo creer a todos que el poder cuasi universal que emana de la Casa Blanca había caído en unas manos serias y equilibradas.
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Pero sobre todo sorprende que Biden, un político con una experiencia enorme y se supone que un conocimiento excelente de su país, derrapase demostrando la ignorancia de la realidad global que le toca administrar. En Estado Unidos especialmente laten los problemas raciales, que en el caso de los afroamericanos no desaparecen con el paso de los tiempos. Los ciudadanos de raza negra continúan siendo discriminados y marginados. Y ellos no son los únicos.
En el amplio territorio federal que son los cincuenta estados de la Unión sobreviven más de trescientas reservas donde residen los nativos, los indios, ciudadanos originales, apartados, marginados encerrados en sus comarcas de origen, como si se tratase de seres inferiores. En teoría cuentan con una semi-autonomía para organizarse, que al final les aísla más aún del esto de los ciudadanos norteamericanos descendientes de las sucesivas olas de colonizadores o emigrantes.
He tenido ocasión de visitar tres o cuatro reservas de indios navajos, seminolas y apaches, y siempre he salido impresionado de la situación en que en su mayor parte viven. Su nivel económico es muy bajo, apenas hay industrias, la desocupación es enorme y la enseñanza que gestionan muy deficiente. En cambio, es muy grande el grado de abulia y alcoholismo que propician su inactividad y falta de otros horizontes. Se muestran hastiados y apáticos. Los visitantes en muchas reservas no están bien vistos.
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Los blancos somos la imagen de los colonizadores que cometieron atrocidades y todavía continúan imponiendo su ley. Carecen de libertades para emprender determinadas actividades y de alicientes para poner en marcha iniciativas, algo que fomenta su dudoso conformismo. Paradójicamente, uno de los pocos privilegios que usufructúan es montar casinos de juego. No sirven para fomentar inquietudes culturales, pero sí para que algunos se enriquezcan al socaire del juego y otros se hundan en el vicio.
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