Fue admirable ver estos días pasados los supermercados llenos de amas y amos de casa acumulando provisiones para las celebraciones caseras de la Navidad. Por fortuna no escaseó nada fundamental para por compartir aperitivos, menús y meriendas variadas. En eso no hay motivos para quejarse.

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La pandemia, con sus nuevas amenazas, empañó, con los temores que despierta, las tradiciones familiares y gastronómicas. En muchas casas se optó por la prudencia y antes de sentarse a la mesa muchos comensales se sometieron a las pruebas, tan desagradables como necesarias, que detectan si alguien está contagiado y es susceptible de contagiar.

Las ofertas gastronómicas nadie duda que fueron variadas y sus autores felicitados efusivamente cuando llegaron los postres. La gastronomía está en alza y los cocineros, profesionales o amateur, lideran los rankings de popularidad social y audiovisual. En definitiva, todo ha ido bastante bien.

Estamos viviendo, no me atrevo a escribir celebrando, unas navidades marcadas por la preocupación y el miedo. La amenaza de contagios sigue ahí, los gobernantes de uno u otro signo, toman medidas y contramedidas que nunca sabremos si responden a la sensatez o a intereses políticos.

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En España estamos pasando las Navidades con un margen amplio de libertad en nuestros movimientos. Hay quienes opinan que excesivos y más si nos fijamos en lo que hacen nuestros vecinos, como Austria o Bélgica donde han confinado sin contemplaciones, algo que no gusta a casi nadie.

Queda, eso sí, que los menos sobre las mesas no se han visto perjudicados. Nadie, o muy pocos, incluidos los indigentes se han levantado en España con hambre. Y no ocurrió lo mismo en todas partes, eso es lo peor. Miles de millones de personas se tuvieron que conformar con muy poco y otras con lo que había, casi nada.

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En Cuba, país hermano con régimen político obstinado, las cosas no discurrieron tan bien. Los cubanos son alegres y divertidos y seguro que supieron sustituir las carencias gastronómicas con alegría. Pero las carencias una noche así se sufren el doble, incluso en La Habana. En la cena de Nochebuena no puede faltar el puerco, el cerdo.

Y lamentablemente faltó. Este año no había puerco, mayormente las mujeres hicieron colas interminables esta semana pasada para conseguir algo de puerco ante las tiendas del racionamiento sin éxito. Fue un frustrado intento para muchas.

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No había puerco, este año se había acabado, la revolución falló a la hora de planificar la crianza de cerdos, su sacrificio y su distribución. Nadie es perfecto. Ni siquiera los comunistas, tan expertos siempre en planificarlo todo parta que todo falle llegado el momento consiguieron equivocarse en esta ocasión.

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