Cuando un niño muerde a un perro

Hasta el 6 de enero solo se detectaron en el mundo 27 personas reinfectadas entre más de 97 millones de afectados; la probabilidad es 36 veces menor que la de que le toque a uno el gordo de Navidad jugando solo un número

Carlos Nores

Oviedo

Martes, 9 de febrero 2021, 21:44

Es un principio periodístico muy conocido: si un perro muerde a un niño no es noticia, la noticia es que un niño muerda a un perro. Suele funcionar, pero no conviene abusar de él, porque si recogemos frecuentemente las anomalías podemos dar la impresión de ... que la excepción sea la regla. Tal lío se ha producido con frecuencia en estos meses de covid imperante.

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Sobre pocas situaciones se han dado tantos datos como durante esta pandemia, lo que no quiere decir que se haya recibido buena información o que se haya comprendido y asimilado correctamente. Las ruedas de prensa diarias durante la primera ola proporcionaban todo tipo de datos, desde el número de infectados, hospitalizados e ingresados en UCI fallecidos, hasta las multas que ponía la Guardia Civil y la gente que tomaba el transporte público. Afortunadamente, alguien comprendió que muchos de los datos reportados diariamente eran innecesarios y aligeraron el formato para centrarse en lo fundamental: explicar lo que estaba pasando, recomendar lo que podíamos hacer y concretar en los datos necesarios para comprender el desafío que teníamos por delante. Así, mucha gente se fue familiarizando con el lenguaje de la estadística: valorar la tendencia, aplanar la curva o comprender que hay un período de retardo entre las infecciones y sus consecuencias.

Los números en sí mismos dicen muy poco y menos aún si se refieren a diferentes conceptos (infectados, hospitalizados, ingresados en UCI, fallecidos), en diferentes períodos de tiempo (en una o dos semanas o en las últimas 24 horas), incidencia acumulada o no, tasa de contagio, datos en valores absolutos o relativos (por cada 100.000 habitantes). Estos datos tan precisos y complejos, aunque resultan fundamentales para los expertos, se convierten en una maraña de informaciones confusas, aparentemente contradictorias e indigeribles para los ciudadanos, que somos la mayoría.

Según los informes PISA, los escolares españoles funcionan mal en comprensión lectora y en matemáticas, pero estos fallos no desaparecen como por ensalmo en la edad adulta, sino que se mantienen durante toda la vida. Un artículo recordaba hace unos meses que los países con una mejor comprensión matemática y estadística, como Corea, Japón y Singapur, eran los que mejor habían respondido a la pandemia, no por tener mejores dirigentes, sino porque la población entendía mejor el riesgo de la situación y era más proclive a actuar en consecuencia. Al fin y al cabo, una epidemia se propaga siguiendo leyes probabilísticas y quien mejor las comprenda pasará menos miedo y estará más a salvo, puesto que percibe mejor lo que está sucediendo a su alrededor y actúa me manera más adecuada en medio del caos aparente. No sé si la relación es tan directa, pero tampoco es ninguna tontería, así que intentaremos profundizar algo en él para entender mejor que nos depara el futuro.

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Ha comenzado la vacunación hace poco más de un mes y la vacuna, para alcanzar el 95% de efectividad, requiere de dos dosis, porque la primera, al cabo de unas dos semanas solo confiere un 70% de inmunidad. Esto quiere decir que cualquier persona vacunada que contraiga el virus antes de que genere anticuerpos podría caer enferma como si no estuviese vacunada; además, el 70% de probabilidad supone que de cada 10 personas inoculadas con la primera dosis tres de ellas pueden contraer la enfermedad si no se siguen protegiendo durante semanas. Aún más, de cada 100 vacunados con la segunda dosis, pasados todos los plazos necesarios para que sea efectiva, cinco pueden contraer el covid. Si extrapolamos este porcentaje al conjunto de la población asturiana, en el caso hipotético de que absolutamente todos estuviésemos vacunados, 51.179 personas no podrían quedar inmunizadas. Afortunadamente eso no quiere decir que lleguen a enfermar, porque estarían protegidas por la inmunidad de grupo. Por eso es tan importante que nos vacunemos todos. No porque protegeríamos a los que no quieren hacerlo, esos tal vez no se lo merecen, sino para proteger a aquellos que cumplieron todos los requisitos, pero su sistema inmunitario no respondió adecuadamente.

Sirva esto para explicar que no es ningún fracaso que alguien vacunado pueda enfermar, ni es nada excepcional, sino algo previsible a partir de las pruebas realizadas en las fases de ensayos II y III. Con frecuencia nos hacemos eco de forma alarmante de situaciones que son totalmente normales y esperadas. Pongo un ejemplo: de vez en cuando aparecen noticias sobre personas que habiendo sufrido el covid-19 han vuelto a enfermar, como si la premisa de que la enfermedad inmuniza durante un tiempo fuese falsa. No se alarmen, hasta el 6 de enero solo se detectaron en el mundo 27 personas reinfectadas entre más de 97 millones de afectados, lo cual quiere decir que la probabilidad de que uno resulte reinfectado es unas 36 veces menor que la de que le toque el gordo de la Lotería de Navidad si juega solo un número. Posiblemente también sea la misma probabilidad de que enfermemos con un virus mutante, aunque la vacuna nos haya inmunizado correctamente. Créanme, la probabilidad es tan baja que no merece la pena estar preocupado por eso ni conviene que preocupemos a los demás.

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Cuando elevamos a categoría sucesos anecdóticos absolutamente improbables a escala personal, estamos distorsionando la realidad que queremos trasmitir. Nadie debe pensar que la mayor amenaza para los perros son los niños. Es más probable que un niño muerda a un perro que tener problemas tras haberse vacunado

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