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Sí, fue el pasado Viernes Santo, día de la muerte de Jesús, cuando el padre Raniero Cantalamessa basó su homilía, en (contra de) Nietzsche, a ... quien mencionó continuamente, directa -con su nombre- o indirectamente, a través de sus obras 'Más allá del Bien y del mal', 'Ecce Homo', o 'Así habló Zaratustra'.
Mentó al Superhombre nietzscheano como errónea salvación del agujero ético de la falta de creencia en Dios y, por tanto, del sentido mismo de la existencia, teleológicamente hablando.
Además, hizo referencia al ser-para-la-muerte, ese concepto filosófico central en Heidegger, considerando el padre, a la contra, que no podía haber una certeza única de que el ser nace para morir y que, por lo tanto, eso contaminaba la propia reflexión sobre la vida eterna en Dios.
Debatía contra ese nihilismo en un contra-discurso que hay que decir que ladeó siempre hacia la parte destructiva del nihilismo, cuando no necesariamente es así, pues existe un nihilismo constructivo y positivo, que supera la ausencia de sentido de los macrodiscursos -como puede ser el cristianismo u otro macro relato rígido que afirme la existencia verdadera de determinadas esencias dadas a un nivel ontológico, natural, dado por siempre para siempre- y construye un sentido de vida ético, humano y circunstancial, es decir terrenal.
No olvidemos que la raíz del nihilismo (nihil, nada) es el centro de grandes escuelas de filosofía de la antigüedad como los cínicos, que construyen una ética válida de vida autosuficiente y social, ora austera ora hedonista. En el fondo, un ética adaptativa a las realidades sociales, mundanas y directas de los que las profesan, sin tener en cuenta, bien por ateísmo bien por agnosticismo, nada más allá de la propia existencia terrenal. Y no por ello son arrojados al vacío per sé, ni estos individuos abocados a la destrucción y al mal. ¡No es verdad!
Es un nihilismo que no tiene que luchar contra la muerte de Dios, porque Dios o dioses no tienen ese poder en Grecia, ni en la ontología ni en la epistemología y, pese a ello, se alcanzan grandes discursos éticos de los que hoy bebemos.
Por tanto, la muerte de Dios, en el aforismo 125 de 'La gaya Ciencia' de Nietzsche, a la que hizo referencia el Padre Cantalamessa en su homilía ante el mismísimo Papa de Roma, «lo hemos matado, vosotros y yo», no puede ser nada más que la caída de una idea previa construida, que no ha tenido y no tiene, aún, sustituto valido en el discurso de la ética.
Pero nada más, esa es la idea de Dios y no el Dios mismo, y de ahí que tanto ateos como creyentes estemos todos, como dijo Heidegger, arrojados al mundo, pero de la manera más dramática posible, sabiendo que podría existir algo que nos salvase a todos: el capitán del barco que nos dirigiese, el padre que nos consolase, la luz en la oscuridad, el aliento en los momentos de crisis, pero que aun pudiendo existir y teniéndolo en cuenta en nuestro discurso comparativo (lo bueno, lo malo y lo mejor), no existe más que en nuestra mente ávida de salvadores y necesitada de castigos, en nuestra in-ilustrada cobardía existencial. Dios es una ilusión.
Los griegos no eran huérfanos de Dios. Solo nosotros somos los huérfanos, creyentes y ateos, abandonados por nuestras ilusiones y con el mismo dolor compartido.
Quizá sea lo que dijo el Marqués de Sade, que la idea de Dios era el único error por el que no podía perdonar a la humanidad.
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