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El lenguaje no es sólo un elemento de comunicación y explicación de la realidad, de cómo conocemos el mundo, lo epistemológico, sino que tiene un componente ontológico muy importante porque también construye la realidad, al menos esa realidad humana en la que nos movemos y ... en la que componemos nuestra sociedad. Es el lenguaje el que identifica las cosas y las personas, el que distribuye los roles, el que luce o desluce, el que alaba o humilla, el que da entidad o mantiene a la sombra, en el olvido u ostracismo. De modo que lo que se nombra existe y existe según el modo en que se nombre, y lo que no se nombra no existe o acaba por desaparecer. Por eso mismo, las expresiones son mucho más que el vestigio de una sociedad anterior ya superada, son el lastre de un pasado, que contrariando a Hesíodo en Teogonía (conato de esta idea errónea) nunca fue mejor.
Utilizar expresiones de odio como «ir vestido como un gitano», «vivir como un gitano» o «no seas gitano» como sinónimo de ir sucio o desarrapado, ser tramposo o ladrón y aludir para justificar su uso que «son frases hechas» o que «toda la vida se dijeron» no hace más que mantener el tufo de un clasismo, así como racismo y otros ismos muy propios de los reaccionarios y de los ignorantes que llevan al rebufo. Pero el mundo de hoy es otro.
Una expresión del calibre «esto parece una casa de putas» como sinónimo de lugar de despiporre y desorden, aunque insultante, se queda en un chiste cuando se utiliza, en semejante sentido, «esto parece una merienda de negros»; expresión, esta última, que nace de los capataces en los campos de trabajo de los negros esclavos para despreciar el único momento de 'felicidad' entre tanto sufrimiento, la merienda donde esas personas danzaban y cantaban juntas, cogiendo aliento para seguir soportando una vida de maltrato, hambre y venta, en definitiva: cosificación.
Pero el racismo lingüístico no queda ahí, más lejos nos queda «perro judío» o «perro moro», expresiones que podemos admirar si nos damos un paseo por los grandes escritores del Siglo de Oro español; lo que sí mantenemos cerca en ese odio es la equivalencia de perro como despreciable y malo: «Me echó como a un perro», «lo trató peor que a un perro», etc… ¿Porque acaso merece un perro un maltrato?, a lo que me contestarán muchos: «¡Son frases hechas!».
¡Ok! Seguimos, podemos entrar ahora en el terreno laboral: «Un trabajo de chinos, como equivalente a un trabajo de muchísimo esfuerzo, laborioso, o «trabajar como un negro», un trabajo excesivo haciéndolo propio de una raza o, en el ámbito más literario, «ese libro lo escribió un negro», es decir una persona a la sombra para que lo firme otro.
También podemos fijarnos en las expresiones de odio contra las personas con discapacidad, ese manido «no hay cojo bueno», tiene tanta mala suerte «que parece que le miró un tuerto», «pongo un circo y me crecen los enanos», o «tengo que pasarle el cupón por la chepa para que me dé suerte»… Y así un sinfín de expresiones que efectivamente tenemos interiorizadas, pero que nos haría más grandes y más honorables darnos cuenta de que están mal dichas, que resultan ofensivas y que es mejor dejarlas en la arqueología lingüística y explicarnos ahora de otra manera. Construir otro lenguaje para un lugar mejor, porque como dijo Ludwig Wittgenstein, «los límites del lenguaje son los límites de mi mundo», así que ¡cambiemos esos límites!
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