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Recorríamos Menfis, y la arena milenaria nos cubría los pies en chanclas, el sol pesaba, aun con atuendo safari y sombrero de ala, y ese olor a Egipto que no se olvida jamás iba impregnando poco a poco nuestros cuerpos, mientras yo iba pegando sorbos ... al 'colutorio morado' que había comprado días antes en la única farmacia de Khan El Khalili en El Cairo. Mantenía el líquido lo máximo posible en la boca, hasta arderme, para poder adormecer las profundas heridas que me habían salido en las encías debido al calor indescriptible del lugar.
Llegamos al complejo funerario de Saqqara, lugar donde fueron inscritos los primeros textos de las pirámides, y nuestro guía local comenzó a explicar los mitos que allí se encontraban esbozados en los jeroglíficos. Entre los rituales mortuorios, aparecieron las terribles luchas entre Seth y Horus, por la cuales este último perderá su ojo.
Horus luchaba contra su tío para vengar la muerte de su padre, Osiris, quien había sido asesinado y descuartizado por Seth, su propio hermano. Seth en el pasado envidiaba y odiaba a Osiris. Tanto, que además de acabar con su vida, asesinándolo, lo descuartizo en cuarenta y dos trozos, que repartió por todas las tierras de Egipto para impedir que pudiese resucitar.
Sin embargo fue Isis quien, con ayuda de otros dioses, pudo recuperar el cuerpo completo de su esposo para convertirlo en la primera momia, concibiendo después a su hijo y legítimo heredero Horus, símbolo y encarnación del bien que lucha y triunfa sobre el mal de Seth.
Efectivamente, y pasando de lo divino a lo profano, el descuartizamiento de un cadáver posterior al homicidio o asesinato se entiende, por la jurisprudencia española, en la mayor parte de los casos, como una conducta ilícita incardinada dentro del tipo del artículo 526 del Código Penal, es decir como una profanación de cadáver, que falta al respeto debido a la memoria de los muertos y a la importancia que el cuerpo, el cadáver tiene para la idiosincrasia, religiosa o no, ritualistica en todo caso, de nuestra cultura y en concreto de nuestro país.
Pero, claro, este delito lleva una pena aparejada de prisión de tres a cinco meses o multa de seis a diez meses, que podría ser una respuesta punitiva más o menos proporcionada cuando se trata de una profanación del 'cadáver hecho cenizas', o del 'cadáver en la tumba', de daños en lápidas o apertura de ataúdes, etc. Pero, en mi opinión, resulta una muy escasa respuesta punitiva, por no decir minúscula, cuando estamos hablando del descuartizamiento de un cadáver caliente, con la intencionalidad clara de hacer un daño mayor al cuerpo, aunque sea expirada la vida científica, y que excede de conductas normales de autoencubrimiento o, en su caso, de ocultación de cadáver, como podría ser enterrarlo en un lugar inaccesible.
El descuartizamiento y la intencionalidad aparejada de acabar con la persona más allá de la vida, tiene un cariz psicopático que se inserta sociológica, religiosa y antropológicamente en el mal de Seth. Porque los rituales de resurrección y metempsícosis de los que culturalmente bebemos le dan una importancia al cuerpo fundamental, en tanto que aloja la vida y su memoria y la vida no puede ser realojada si no tiene un locus, y ese locus es el cadáver.
Por eso Príamo, rey de Troya, [Ilíada, canto XXIV] le suplica a Aquiles que le entregue el cuerpo de su hijo Héctor y éste, aun asesino, se apiada y se lo da.
Pero el cuerpo es el cuerpo y no los trozos.
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