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Gijón tiene una estación provisional eterna y una terminal de autobuses modelo gran apeadero, reducida a poco más que una fachada. La alta velocidad llegará a la mayor ciudad de Asturias a un tendejón con pretensiones sin fecha de reemplazo. Dos décadas de proyectos y debates sobre el plan de vías solo han dejado en Gijón un agujero suburbano, un montón de planos irrealizados y el hastío de los ciudadanos. En todo ese tiempo, Madrid solo ha puesto sobre la mesa promesas y un organismo de gestión que no ha gestionado nada. Lo cierto es que en la última década ningún ministro ha puesto demasiado empeño en otra cosa. Al llegar al cargo, todos han visto un proyecto sobredimensionado, difícil de financiar y cuestionado por sus técnicos. Íñigo de la Serna, a quien su equipo pedía contención en el gasto en Gijón, firmó un convenio para construir la estación junto al museo del ferrocarril porque Foro jugó al órdago en unos presupuestos vitales para Mariano Rajoy. Un voto en el Parlamento cambió de desmedida a ambiciosa la definición de una propuesta municipal de la que ningún partido se atrevió a desmarcarse. Ni siquiera los socialistas, que siempre habían defendido una estación en Moreda. Pero ante la disyuntiva del todo o nada, el PSOE no quiso quedarse fuera de la foto del acuerdo cuando toda una ciudad exigía consenso.
Pero en los despachos ministeriales, el proyecto nunca gustó. Y cuando José Luis Ábalos recibió la cartera de ministro ninguna administración esgrimió el convenio firmado. Ana González no tenía claras las cuentas ni la ubicación. La actual alcaldesa quería ver obras con prontitud, reducir en lo posible la carga para el municipio y recuperar el sello de su partido. Los técnicos se lo pusieron fácil porque era lo que querían: la intermodal en Moreda resultaba más barata y una estación en la plaza de Europa aseguraría la centralidad. Con la excusa de lo solicitado, la alcaldesa de parapeto y la coartada de la pandemia para recortar, el ministerio ha recuperado el recrecido de Sanz Crespo propuesto hace diez años. Por el camino, Gijón ha perdido los compromisos de inversión, cualquier calendario de obra más allá de una estimación y el consenso político. Solo los palmeros con intereses, dispuestos a sacar tajada, pueden estar satisfechos y dar por zanjado el asunto hasta que el ministerio se acuerde de que Asturias existe. El resto tiene razones de sobra para indignarse, si aún le queda ganas de algo, con el ninguneo a Gijón y a su Ayuntamiento. Hasta ahora, lo único recibido de Madrid que no fuera un dibujito.
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