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Pero cómo somos. Todos esperando ver en ropa interior de seda a la Princesa Leonor, en un fiestón a lo John Belushi, y al final solo tenemos a una holandesa fiestera, con un body rojo, que no tiene el mismo caché. Por eso, porque es ... holandesa, medio hereje y con un país lleno de 'coffe shop'. Lo suyo sería ver a toda una futura reina de la católica España en 'deshabillé' gritando «toga, toga», pero eso, queridos, no va a pasar. Estoy seguro de que Letizia le ha leído la cartilla y menudo 'puro' le iba a caer solo por enseñar la pantorrilla. La monarquía descansó en su momento sobre los Tercios, hoy se sostiene sobre una roca asturiana. Mientras estábamos entretenidos con estas nonadas galesas, en la reserva espiritual de Occidente, sucedían cosas.
Nuestro Querido Líder, Pedro Sánchez, catalizaba su enésima transformación sobrenatural a lo 'Zelig', y ahora habla de socialdemocracia. Es esta una palabra dignísima que, en sus labios, se convierte en un comodín tahuresco. O sea, si hablamos de 'socialdemocracia' hablamos de centralidad, de equidistancia, de cierta honradez a la hora de repartir cartas. Hablamos de empatía. Y podrías comprar la cabra, por supuesto, el problema es que tiras de moviola y aparecen las anteriores transformaciones, cáscaras que ha ido dejando por el camino cual vainas en 'La invasión de los ultracuerpos'. Y si de verdad fuera un socialdemócrata, hubiera pactado con Ciudadanos o con el PP, en plan 'grosse koalition', en vez de con todos los radicales que se le han cruzado por el camino. Además, eso de cantar 'La internacional' poniendo en pie a la famélica legión al final de un congreso, mientras te esperan los cochazos oficiales o comes algo en las 'food truck', no me acaba de casar. No obstante, lo que más gracia tuvo (o sordidez, no sé) es que nuestro jayán destapase el busto de Rubalcaba como si fuese el Cristo de Palacagüina, cuando era el mismo Rubalcaba, quien ya advertía de lo que el señor Sánchez le iba a hacer al PSOE. Redaños tiene, eso es innegable.
Entretanto, nos tiran más galletitas: que si el vídeo porno del emérito con Bárbara Rey, por el cual recibió doscientos millones de pesetas; que si Villarejo cuenta que hubo que inyectarle hormonas femeninas para detener al toro bravo que era Juan Carlos; que Carmencita Franco era hija de Ramón Franco, porque el Caudillo solo funcionaba con efebos alemanes con los que compartía tienda en África… Rumore, rumore, na na, na na na na, que cantaba la inmortal Rafaella Carrá. Lo que no logra ocultar a Zapatero, un 'drama queen' que, hay que reconocerlo, cada vez está más a gusto en su papel. La representación que hizo ante las palabras de Arnaldo Otegui (ese señor que va dejando huellas ensangrentadas por todas las superficies), me dejó extasiado. De verdad, es muy bueno, con gesto contristado, con sus pausas ciceronianas en el discurso, con sus silencios llenos de significado, con su mirada al infinito. Todo para ocultar que hay un criminal que continúa perdonándonos la vida, que se niega a colaborar en los 378 asesinatos aún no resueltos y que todo vale para sacar los presupuestos.
Norman Mailer escribía que todas las historias ya han sido contadas, y que esto ya era una queja del antiguo Egipto. Pero en ese sentido no creo que haya problema, somos como niños que nos encanta que nos cuenten los cuentos siempre repetidos. El otro día fui a ver 'Dune' con mi señora esposa, y le comenté: mira, tanta tecnología, tanta mística estelar, y al final tenemos a un faraón malísimo, a un Moisés que quiere salvar a su pueblo, y a unos cuantos traidores y correveidiles que hacen caja en medio. Y el amor, claro, que nos redime. Y la peli nos tuvo muy entretenidos. Por eso seguimos babeando como perros de Pavlov ante los escándalos, las debilidades humanas, las pasiones desatadas, las conspiraciones versallescas. Qué me dicen del culebrón titulado 'Reformar la Constitución' para consagrar los 'nuevos derechos', o sea, para agrietar más el edificio institucional. O de Irene Montero y sus epifenómenos, que confirman con tesón el Efecto Dunning-Kruger: cuanto menos sabes sobre algo, más sobreestimas tu conocimiento o habilidad. Lo más reciente es poner a un pesquisidor controlando las miradas obscenas en las empresas, y les ahorro los chistes fáciles.
Últimamente, la cosa está tan revuelta que hasta hay amagos de apocalipsis (siempre me acuerdo de Pitita Ridruejo cuando dijo aquello de que «a mucha gente no le conviene que llegue el Apocalipsis»). De repente, colapsa el universo digital, las redes se caen, y la ansiedad y el desasosiego y el mal rollo de no poder subir fotos al éter nos da (una vez más) conciencia de nuestra fragilidad como civilización. Yo pertenezco a la quinta en que tenías que llamar a tu madre desde una cabina para que supiera que estabas bien, es decir, que siempre estoy temiendo que todo se vaya al carajo. Llámenlo pesimismo, escepticismo, estoicismo, lo que quieran. No me supuso un gran problema, abrí las 'Meditaciones de El Escorial' y leí a Ortega, que tenía un don excepcional para describir lo que sucede en nuestro país: «Esta es toda nuestra grandeza. Esta es toda nuestra miseria. Es el esfuerzo aislado y no regido por la idea, un bravío poder de impulsión, un ansia ciega que da a sus recias embestidas sin dirección y sin descanso». Bien, he de confesar que esto último no fue así, pero queda bien en el artículo y ya saben que, si tienen los hechos y la leyenda, mejor imprimir la leyenda.
Así continúa España, estas son sus últimas noticias. Seguimos entre bufones, la familia de Carlos IV, pachungos digitales, descalabros naturales, 'Pandora papers' que destapan lo que todo el mundo sabe, el primer libro de cocina de Tamara Falcó. Navegamos entre el cristianismo y las cañas de cerveza, entre abolicionistas y puteros, entre géneros trinitarios y estatuas ecuestres por tumbar. Porque esto no tiene remedio, hay que dejarlo ir a su aire, de un extremo a otro, porque no hay pactos ni consensos, y mientras no acabemos a sablazos, el país, i-spn-ya, España, Hispania, Iberia, Al-Ándalus, es absolutamente indestructible. Tanto, que lo más importante es seguir esperando una fiesta salvaje de la infanta Leonor (de las buenas, a lo Lapo Elkann). Cosa que les adelanto no va a suceder, porque el acorazado 'Yamato', al lado de Letizia, un barquito de papel. Aunque la esperanza es lo último que perderemos. Somos así.
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