La vida sigue igual

Lo bueno que tiene estar acostumbrado a estas cosas es que ya no nos rasgamos las vestiduras. Lo malo, que también se nota cierta habituación entre la clase política, sabedores de que les servirá con un «el proyecto volverá más ambicioso y mejorado», como si fuera un detergente, para esquivar las preguntas de por qué no se hizo nada antes, o con una petición indiscriminada de dimisiones para ganarse el aplauso de los propios, que a los ajenos ya les rechina tanto «y tú más». Lo que no harán ni unos ni otros, por desgracia, será trabajar para que el retraso sea mínimo y para mejorar un sistema de subasta de obra pública que se basa en partir de un error (la oferta más baja se suele llevar la obra) que acaba haciendo que, lo que no tenga verdadero interés, caiga por su propio peso. O no se llegue a levantar.