No deja de resultar entrañable la obsesión de gerifaltes, diseñadores urbanos y trazadores de calles por hacer de las ciudades espacios verdes con césped y arbolitos por todas las esquinas. Y no deja de serlo porque las ciudades, por definición, se han levantado siempre desterrando ... espacios naturales para erigir en ellos focos industriales, administrativos, empresariales o turísticos cuyo último objetivo es preservar un entorno biosaludable. Suele pasar que un día saltan las alarmas (normalmente, cuando la lluvia es tan tóxica que perfora los paraguas) y entonces llegan los llantos y los grandes planes para solucionarlo. Le Corbusier lo intentó en su día levantando un palmo todas las viviendas para que, dentro de los solares, estuvieran rodeadas de verde, y la cruda realidad es que, salvo que las baldosas sean de ese color, lo más común haya sido desterrar el césped y poner más hormigón. Desde entonces, múltiples grandes propuestas de conjugar calzadas y parterres han ido directas al fracaso en todo el mundo. Y los parques, idea ciertamente útil y exitosa, requieren de mucho espacio sin explotar económicamente y las ciudades se inventaron, principalmente, para ganar dinero, no para tirar la toalla a la sombra. Así que donde pueda talarse un árbol y cambiarlo por tres baldosas, con lo que se gana en comodidad (para el que encarga la tala) que se quite la fotosíntesis.
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Todo este rollo viene a colación de las últimas talas, más o menos organizadas, realizadas en esta villa marinera para sustituir árboles que se dice que «no siguen los criterios actuales» o «están al final de su vida útil». También es paradójico que hayamos sacado la motosierra precisamente en el Día Mundial del Medio Ambiente, pero ésa es otra historia. Que no digo yo que la explicación para la tala sea ésa, pero lo cierto es que sea cual sea el criterio, más de la mitad de los árboles derribados acaban por no sustituirse nunca. Antes de Pablo Iglesias, la calle Calderón de la Barca, en obras hasta la semana de los tres jueves, fue el penúltimo ejemplo, igual que antes se hizo en Jesús Revuelta y, en menor medida, el Paseo de Begoña. Que es relativamente fácil prometer más y mejores árboles y plantas, pero lo de cuidarlos y mantenerlos es más difícil de sufragar.
Es normal que los árboles, como entes vivos que son, envejezcan o enfermen o incluso que caigan por accidente. No es tan normal rendirse al cemento o que los recambios no lleguen nunca a plantarse. Ni mucho menos tener el hacha como primera solución, antes que el seguimiento y el mantenimiento.
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