Vosotros sois muy jóvenes, así que no os acordaréis de que allá por 2022, cuando España tenía que decidir quién le representaría en Eurovisión mediante el 'Benidorm Fest', se armó una pelotera de dimensiones bíblicas porque hubo quien, como gorrino ante charco de barro, quiso ... aprovechar la ocasión para politizar un concurso en el que, a fin de cuentas, se decidía quién seguía la tradición de Remedios Amaya o Rodolfo Chikilicuatre. Y durante aquellos convulsos días la cuestión era ver si España era más fascista, por no llevar a las Tanxugueiras y sus mensajes en lenguas co-oficiales, o machista, por darle miedo la teta gigante que presidía la actuación de Rigoberta Bandini. A Chanel, la ganadora, le cayó la del pulpo por ser una vulgar reguetonera que meneaba el trasero y los insultos fueron tales que tuvo que cerrar sus redes sociales. Meses después, cuando hizo, posiblemente, la mejor actuación de España en la historia de Eurovisión y no ganó, simplemente, porque a Ucrania la habrían votado incluso presentando a la cabra de la legión tirándose pedos (o peor incluso, a Leticia Sabater), entonces sí, entonces todos éramos de Chanel de toda la vida y el 'Slomo' era el tema en el que todos confiábamos. Y es que nos gusta politizar la cultura en general, y la música en particular, más que a un tonto un lápiz.
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Todo este rollo viene a colación de la polémica montada en esta villa marinera en base a si se podría cantar en asturiano en los escenarios municipales. Ahora, después de la pertinente recogida de cable, parece que sólo será para aquellos casos en que use la llingua con fines políticos. A mí estas cosas me recuerdan al test que se entrega cuando vas a viajar a Estados Unidos, digno de Mortadelo y Filemón: «¿Tiene usted intención de cometer atentados terroristas?» o, bajando al plano artístico, cuando a Elvis Presley se le pedía que se contoneara poco para no agitar a la hinchada femenina, o a Jim Morrison le rogaban que no la enseñara en el escenario.
Lógicamente, las advertencias moralizantes no servían para nada. Teniendo en cuenta los enganchones que se producen a cuenta del 'Bella Ciao', a lo mejor el idioma no es el centro del problema. Cuando se contrata a un artista, se hace con todas las consecuencias. Ya sabemos que en unos sitios actúa Ismael Serrano y, en otros, Bertín Osborne, porque inclinar la programación cultural es más viejo que el hilo negro. Pero el sesgo no debe hacerse evidente.
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