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Pocas veces una cámara de vigilancia se celebra como una buena noticia. Estaban las de Google, sí, que aparecían por la calle para que la gente simulara homicidios, pusiera carteles con frases chisposas o corriera al lado del coche como los garrulos que pretenden animar ... a los ciclistas y lo único que hacen es poner en peligro su verticalidad. Pero esas cámaras solo tomaban fotos, como el coche de las multas a cuya madre tantos han invocado. Estaban también las cámaras de tráfico, que constatan que hay atasco pero a nadie se le suele ocurrir llevar la información al panel luminoso de la autopista, y las que custodian que no efectúes micciones en la pared de algún edificio importante.
Hay otras más esperadas. Por fin, la licitación de las cámaras de la zona rural de Gijón es un hecho y ahora solo queda que el mar de papeleos no haga zozobrar el proyecto, que ya vamos con retraso. Y aunque en esta villa marinera lo de ir en tiempo y forma no casa con ninguna iniciativa, estaría bien que esta vez rompiéramos la tradición y pudiéramos tener las cámaras actuando lo antes posible, que la campaña de verano ya está ahí. No la de una ciudad volcada al turismo, vaya, sino la temporada de amigos de lo ajeno haciendo su agosto a costa de las pobres gentes que viven o, simplemente, tienen un terreno con aperos en terreno periurbano. Que a los cacos tampoco les hace falta el buen tiempo para desvalijar, vaya, pero es importante que se lo vayamos poniendo más complicado.
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