Al final, lo de meter las piraguas en el combo de la renaturalización del Piles no era tan fácil y todo hace suponer que los grupistas tendrán que aceptar esa ciénaga junto a los antiguos astilleros o hacer prácticas en la piscina olímpica. Es lo ... malo de los fondos europeos, que parecen el maná pero después vienen con cuerda y, si no haces lo que quieren en Bruselas, tiran de ella. Raro será que se pueda mover ni una coma de lo estipulado. Que sirva también como aviso para otros proyectos en curso porque, tan acostumbrados como estamos aquí a marear la perdiz sin generar recursos propios y pedir soluciones a instancias superiores (el Gobierno Central, la Unión Europea o el primo de Zumosol) es normal que haya que comerse con patatas lo que se haya pactado, aunque no nos guste.

Publicidad

En el caso que nos ocupa, resultan especialmente sangrantes las soluciones que se plantean ahora y que nunca aparecieron sobre la mesa a la hora de pedir el dinero.

Porque los azudes hinchables no son inventos nuevos (bueno, un poco de invento, sí que tienen) pero seguramente no van a tener cabida en reforma alguna a estas alturas. Tenemos una mezcla de candidez de los que llegaron y de indolencia de los que estaban que va a servir de muy poco cuando se empiecen a poner en práctica las operaciones proyectadas. Sobre todo, porque en el despacho donde se revisa el plan para el Piles saben lo mínimo de esta villa marinera. Más que nada, porque su día a día es crear ciudades exactamente iguales unas o otras (y cuanto más parecidas a Amsterdam, mejor). Así que se ceñirán a lo acordado, y gracias por confiar en la Unión Europea y sus intermediarios.

Con todo, en esta fiesta de la naturaleza hay una consecuencia aún peor que dejar sin práctica deportiva a los tiernos infantes: cuando se termine, habrá que mantener lo realizado con fondos propios. Esos que no dan para nada porque ni están, ni se les espera. Ya puede quedar la obra bien rematada porque no tenemos espacio para más hipotecas. Económicas, en este caso, que de grandes ideas que después dan vergüenza ajena tenemos cierta experiencia. Con todo esto, ¿qué le queda al Grupo?

Me temo que aceptar lo que les ofrezcan. ¿Qué le queda al Ayuntamiento? No meter la pata arriesgándose a devolver todo o parte de lo subvencionado. ¿Qué nos queda para el futuro? Empezar las obras lo antes posible, que el río está que da asquito verlo y, sobre todo, olerlo, y darnos cuenta de lo que significa que nos subvencionen proyectos de cierta magnitud: que no serán nuestros.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad