A principios de este siglo, y con Madrid convertida en una zanja continua por la fiebre de obras pre-olímpicas, el actor Danny De Vito, de visita en la capital del Reino para presentar una película, fue preguntado por su impresión de la ciudad. Respondió ... jocosamente: «Espero que encuentren pronto el tesoro». Pero el tesoro nunca apareció, algunas obras jamás se finalizaron y el sueño olímpico se convirtió en pesadilla con relaxing cup of café con leche, aunque ésa es otra historia.
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Todo este pequeño rollo viene a colación del sinnúmero de obras en acción en esta villa marinera; algunas de ellas, con la vitola de 'eternas'. Y no sólo hablamos de las grandes infraestructuras que se supone que algún día estarán acabadas, igual que se suponía que Madrid albergaría unos Juegos Olímpicos, sino las pequeñas obras que se han acabado yendo de las manos. De un tiempo a esta parte, cuando se anuncia la reforma de una calle, los vecinos se pueden echar a temblar, y con razón. Las calles Río Eo o Calderón de la Barca y la avenida Pablo Iglesias, entre otras, son muestra de que los plazos de ejecución anunciados no son más que un adorno, como las luces de Navidad o el carril interior de las rotondas.
Y aunque nos lo tomemos un poco a chufla, lo cierto es que las obras interminables son un martirio para los vecinos, que ven perturbada su tranquilidad durante meses (y no hablemos de quien tenga problemas de movilidad). También para los comerciantes que, directamente, se hacen invisibles y se ven en serio riesgo de cierre, porque por una calle en la que no pasa nadie o por una acera inexistente es raro que los clientes sigan entrando y, cómo no, para los hosteleros, que todos afirmamos rotundamente que las obras son para bien pero preferimos que sean otros los que tomen algo al lado del martillo neumático. Así que, cuando unas obras se prolongan demasiado, lo que nos resulta es una calle muerta, otra más, como esos centros urbanos modernos que tanto gustan a los ingenieros sociales.
Algo se está haciendo muy mal cuando los plazos se estiran y no hay respuesta. Bien porque la legislación no permite filtrar convenientemente las ofertas temerarias, bien porque los ayuntamientos no tienen elementos de control suficientes o, peor aún, no los ejercen, o bien porque sale relativamente barato para las empresas adjudicatarias abandonar el proyecto. El caso es que se acumulan las obras sin finalizar y nada hasta ahora ha parecido indicar que no se vayan a sumar nuevas obras eternas. Convendría que la imagen cambiara.
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