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Se acaba la más grande Semana Grande, o Semanona que decimos ahora (los aumentativos -on/ona, 'marca Gijón') y, con la euforia propia del momento, queremos revolucionar el modelo festivo y turístico de esta villa marinera. Somos así, grandones, y sólo la habitual tragicomedia del ... Sporting nos baja de la nube aunque ésa es otra historia. La cuestión es que este año se ha juntado todo para que las cifras sean de récord y pensamos que se le puede dar una vuelta más de tuerca al tinglado cuando, en realidad, lo que hay es que apuntalarlo.
Han funcionado las casetas. Perfecto. Grave sería que, en agosto y en Begoña, no hubiera pasado nadie. Seguramente se le debería haber ocurrido a alguien antes, pero no se trata ahora de convertir la ciudad en una caseta continua. Menos es más, así que mejor no apretar en exceso. También ha venido mucha gente de fuera, que es lo que se pretende, vaya, excepto si se pertenece al grupo irracional que quiere cargarse a todo foriato. Pero se pretende también que venga quien vaya a gastar y no ocupe plaza de aparcamiento. La cuestión es que poniendo trabas, pegas y tasas, nos vamos a ir del infinito al cero, porque en este asunto no hay término medio.
Gijón vende, y mucho. Pero el modelo que vendemos es el de toda la vida con alguna variación y, estando como están los bolsillos, es el que va a seguir vendiendo. Siempre que no queramos convertirla en la elitista y cara Saint-Tropez o en la hostil y restrictiva Barcelona, claro. Así que mejor no tocar mucho lo que funciona y no nos quejaremos después.
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