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Poco dura la alegría en casa del pobre. Así que el anuncio de que la reunión Ayuntamiento-Puerto de Gijón no había acabado mal del ... todo y que «algo iban a hacer en los terrenos de Naval Azul» (con qué poco nos conformamos ya) ha coincidido en el tiempo con unas declaraciones de Pedro Sánchez declarando la guerra a su nuevo villano favorito que van a ser las universidades privadas. Sí, alguno hará comparaciones entre el hormigón armado y su rostro, que no olvidemos que nuestro presidente, al igual que cuatro de sus ministros, acudieron en su día a la privada para sacarse el máster o la carrera, pero de poco nos va a servir porque el manejo del relato es tal que lo que toca ahora es aplaudir alborozados, que los hijos del obrero van a ser vengados de la afrenta. Que no lo digo yo, que el tono demagogo lo empleó la ministra Montero el pasado sábado, aunque como luego se ciscó en el principio de presunción de inocencia, la historia pasó desapercibida.
En esta villa marinera solemos llegar tarde a todo. Las universidades privadas no iban a ser una excepción, así que para cuando alguien se ha interesado en implantarse aquí, van a cerrar el kiosko si nadie lo remedia. Bueno, no va a ser así exactamente, sino que se va a vender como un exhaustivo control de calidad, que es diseñar un baremo de tal forma que no lo superaría ni el Instituto Tecnológico de Massachusetts que, además de ser privada, encabeza ahora mismo el ranking mundial. El tema no es público contra privado. La cuestión es que con lo público no llegamos. Ni lo haremos aunque matemos a la supuesta competencia. Para cuando nos demos cuenta, ya se elegirá a otro villano favorito, pero ésa será otra historia.
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