El pasado domingo fue el día de la marmota que, por si algún despistado no lo sabe, es un evento yanki donde el pobre bichejo sale de su madriguera para decir cómo de largo será el invierno a una multitud de friquis dispuesta a morir ... congelada y que aplaudirá tanto si Phil, que así se llama el animalito, ve su sombra, como si no. Y así, un año tras otro. En esta villa marinera no tenemos marmota ni un Bill Murray con cara de asco narrando una y otra la peripecia del maldito roedor, pero la sensación de estar viviendo de continuo la misma historia nos asalta con cada obra que vuelve al punto de partida, llámese plan de vías, Tabacalera, Cabueñes o, como penúltimo episodio, la Ería del Piles.
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Lo malo es que, como en la película, o se hace todo bien o no salimos del día de la marmota. Lo del Piles es una cuestión que empezó muy mal, con el siempre pantanoso asunto de las expropiaciones, y está yendo peor a cuenta de ganarle espacio al mar de tapadillo, si no puede ser en horizontal, en vertical. Por lo menos ahora no hemos tenido que usar el serrucho, como cuando en el Náutico se hizo una altura más «por un error de cálculo» (como chiste, fue muy bueno, oiga) pero aunque se haya frenado a tiempo de montar otro destrozo, seguimos con la idea del todo vale y el despertador sonando cada día para ver qué opina la marmota. Ojalá sirva el «basta» municipal a lo que se estaba tramando en la Ería del Piles para que todo empiece a ir en serio y nos olvidemos de la sombra del animalito.
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