La ciudad y los perros

En una ciudad con más perros que niños debería resultar sencillo publicar una ordenanza que lo permitiera. Ya nos hemos dejado llevar por la tendencia a cambiar hijos por canes (como si fueran incompatibles) pero algo no encaja aún. Porque el número de dueños responsables es bastante inferior al de amables perretes censados.

Y aquí es donde está el problema. Que no lo es que un perro quiera jugar contigo mientras te tumbas en la toalla, y tú no. Lo son las calles de esta villa marinera en las que el juego consiste en llegar al final sin pisar una caca. La botella de agua para limpiar la farola está costando en extenderse, aunque sea obligado, y todavía hay quien usa a su perro como arma arrojadiza. Por eso la pregunta no es tanto si dejar acceso a los perros, que en realidad sólo actúan como lo que son, sino a esos dueños que no tienen educación. Y, ciertamente, viendo la impunidad con la que se manejan algunos, todavía nos queda camino por recorrer.