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Hubo un tiempo en que, en esta villa marinera, las vías de tren formaban una barrera que dejaba aislada una parte de la ciudad antes de llegar a una estación insuficiente y mal comunicada. Y todas las administraciones públicas se pusieron de acuerdo para acabar ... con aquello. ¿Qué podía salir mal? Sí: todo. Varias décadas después y tras un montón de proyectos maravillosos, acabaremos con las vías de tren formando una barrera y una estación insuficiente y mal comunicada. Eso, si se termina algún día, que el sainete ferroviario de Gijón, como los peores culebrones, siempre guarda un golpe inesperado para hacer sufrir al espectador cuando éste cree que ya lo ha visto todo.
El progreso era cambiar la pasarela oxidada que llevaba al Natahoyo en los 80 por dos puentecitos 'eco-friendly' rumbo a Moreda. Algún desconfiado dirá que hemos dado un giro de trescientos sesenta grados cuando la realidad es que nos dejan dos pasos al precio de uno. Y con muchos arbolitos para que los perretes no se aburran camino del 'solarón'. Que las vías sigan separando barrios es un detalle accesorio y que hayamos aceptado ya, como mal menor, que la estación intermodal no irá soterrada ni en todo, ni en parte, un mal presagio del siguiente cambio a peor que, sin duda, tendrá esta historia. Salvo que alguien con voz se atreva de una vez a detener esto, que mucho peor que estar parado es andar dando círculos para acabar pasando siempre por el punto de partida.
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