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Acabo de enterarme de que un oso ha atacado a una mujer en el ancho concejo de Cangas del Narcea. Ancho en extensión, y sin noticias de los pueblos y pobladores, los escasos que quedan; pero con interés creciente por conocer desde el centro de ... Asturias, donde se asientan los que cortan y rajan, de la buena salud de los osos. Ellos a esas tierras las miran con ojos de entrenador de una cuadra de boxeadores: si el sparring se cae a la lona van corriendo a ver si el pupilo se hizo daño en los nudillos. A la mujer hospitalizada se le desea un pronto restablecimiento, y luego el no poco numeroso ejército de culos sentados montan en los todoterrenos y van a ocuparse del oso, que es lo que les importa y de lo que viven. Ese suroccidente es tierra de antracita, de mármol, de antimonio, de pizarra, de madera y hasta de oro, pero solo está destinada para que el oso crezca y se reproduzca. Compartirá el plantígrado los espacios con el hermano lobo, haciendo que los demás animales desaparezcan. Incluyendo a los ganaderos, que es la especie más amenazada de extinción que existe. Pero no se engañen: los que hablamos con las gentes de esos pueblos olvidados, notamos también el cabreo de los que gastaron sus ahorros para arreglar la casa familiar y utilizarla los fines de semana. Si la familia tiene niños, por nada del mundo les dejan deambular solos, porque han visto osos acercarse y los observan por la noche comiendo las peras y manzanas. Son tan listos, los osos, que hasta saben sacudir los árboles.
Al oso que atacó a la mujer el pasado domingo, leo apresuradamente que el ejército ése de marras va a tratar de buscarlo y sedarlo. Supongo que de paso le echarán una regañina gritándole malo, malo, malo. La verdad es que a este animal gamberro no le espera un futuro halagüeño. Puede correr la misma suerte que algunos congéneres, y también urogallos, que los recogieron para cuidarlos y los mataron de cariño. En fin, que a las gentes del campo en vez de ofrecerles, como en aquella vieja comedia, té y simpatía, les ofertan, para joderlos aún más, fieras salvajes y una nueva lengua inventada. Los últimos que habitan el desolado campo, viejos y mansos, morirán desgarrados, que viene de garra, pero bilingües. Ni siquiera hay retornados con bravura, como aquellos serenos que cuidaban de las noches de Madrid. Y uno solo de ellos era capaz con el chuzo de medirles las costillas a toda una pandilla de curdas.
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